Una versión más de la Cumbre de las Américas que, en su novena edición, avizora un horizonte mucho más borrascoso que anteriores ocasiones y pondrá sobre la mesa temas que ameritan una discusión que ya no puede postergarse.
Ya no bastará el tratamiento rutinario de cuestiones que han compuesto la agenda continental como pobreza, derechos humanos, medio ambiente, comercio y reactivación de la economía en el periodo posCovid. Estaremos en una reunión altamente politizada y cuestionada por los resultados derivados de años anteriores.
Será en esta ocasión cuando seguramente la animadversión de países latinoamericanos se hará presente con mayor insistencia ante la posibilidad de acudir a un evento donde, nuevamente, lo que se desahoga son planteamientos convenientes a los intereses norteamericanos; fundamentalmente lo que se refiere a la migración. Y es ahí donde Estados Unidos finca el gran interés por contar con la presencia de México en Los Ángeles el próximo 6 de junio.
El problema migratorio es un tema que cíclicamente se ha hecho presente en las distintas agendas binacionales. Sin embargo, en la ruta de las elecciones estadunidenses para la renovación legislativa intermedia dicho tema prevalece con tonos preocupantes que recuerdan a aquel adoptado por el Donald Trump en campaña. Basta observar la postura sostenida por el gobernador texano Greg Abbot, quien equipara al fenómeno migratorio con una “invasión” ante la cual el proteccionismo absoluto debe ser la respuesta.
Para el gobierno de Joe Biden ha sido sumamente difícil encontrar un punto medio, ya que para muchos adversarios republicanos el presidente ha adoptado una política de puertas abiertas. En consecuencia, la contraparte republicana ha hecho nuevamente una bandera política de este tema y, por tanto, desde la presidencia demócrata se requiere una solución de peso forjada en el consenso con quien es el principal involucrado.
Estrategia de alto riesgo
La presencia de México en la cumbre es fundamental para el interés norteamericano. Por ello, como parte de una estrategia mucho más amplia que lo visible, México tiene la oportunidad de impulsar con mayor énfasis los temas de relevancia nacional a cambio de su asistencia. Sin nuestro país, sencillamente Estados Unidos no podría conseguir tener una línea de comunicación sobre el problema migratorio que tiende a agravarse. De tales dimensiones incrementales se apersona el problema, que en abril pasado el número de detenciones por ingresos ilegales a territorio estadunidense llegó al récord de casi 235 mil indocumentados asegurados por la Patrulla Fronteriza. Es así que, sin al menos tener con quién poner el tema sobre la mesa, EU enfrentaría un vacío de contenido en el tema que potencialmente pudiera tener un rédito electoral tan necesario en un futuro próximo.
Pero, por otra parte, es poca la conveniencia de una estrategia de tan alto riesgo que, sin darle provecho para su propia agenda, pudiera poner a México en una trayectoria de choque con los vecinos del norte. Estamos hablando de dañar la relación con nuestro principal socio comercial, además de que estamos lesionando la valoración sobre la vocación democrática que tenemos como nación al apoyar a países que consistentemente violan la Carta Democrática y Social de la OEA. Abogar por la presencia de Cuba, Nicaragua o Venezuela en la cumbre equivale a consentir la reiterada transgresión de derechos que constituyen el modo de vida en esos países.
La reunión con Christopher Dodd, asesor de la Casa Blanca para la cumbre, abrió un frente de negociación que México debe aprovechar, siempre y cuando respetemos la disposición democrática que como país nos debe distinguir. Si enarbolamos una petición tan lesiva en apariencia para los norteamericanos como lo es la ausencia de México en tonos de reclamo, tenemos necesariamente que predicar con congruencia y alzar como estandarte a la libertad y a la democracia que nos preciamos de tener, para a la vez exigirla a quienes hoy se cobijan bajo nuestro manto. No es posible sostener como “normales” las condiciones de vida de millones de nicaragüenses, venezolanos y cubanos, sin que exista un mínimo atisbo de exigencia por arrimarse a la sombra del respeto en esos infortunados países. Ojalá vivamos con temple una relación donde no haya ni encumbrados ni olvidados.