REPENSAR LA DEMOCRACIA

“El INE ha quedado a merced del capricho legislativo de fuerzas políticas que protegen el interés partidista”.

Lorenzo Córdova Vianello, consejero presidente, encabezó la sesión extraordinaria en el INE.
Institutos Electorales/Institutos Electorales
Columnas
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La finalidad deseable para cualquier sistema democrático es la generación de certeza y seguridad una vez que se recorrió el prolongado camino de una elección, con todas las etapas que esta misma implica. Certeza que significa legitimidad, tranquilidad y abatimiento del descontento y los márgenes de litigiosidad poselectorales.

Por desgracia, a pesar de los altísimos costos no solo traducibles en recursos sino en la parte más lamentable del acontecer humano que es la pérdida de vidas, estaremos amaneciendo el día después de la elección con incertidumbre, rencillas y conatos de desobediencia para lo que supuestamente ha sido mandatado desde las urnas. Cuando un escenario así se materializa es muestra clara de que algo falla en la funcionalidad de todo un sistema que no termina por asentarse.

Desde sus albores en los años del cuestionamiento social al modelo democrático, donde por impulso de la exigencia se rediseñó en ese 1988 una respuesta para esa emergencia, nuestro acontecer democrático fincado en un sistema partidista electoral ha mutado hacia un organismo donde ya se confunde su principal cometido dentro del esquema de democracia mexicana. No es extraña la creciente desconfianza que pesa sobre la autoridad encargada de la organización electoral en el país cuando la conclusión de este largo camino arroja un ambiente donde lo que prevalece son los cuestionamientos.

Por ello estamos en una antesala propicia para llevar a cabo un ejercicio de análisis profundo sobre deficiencias y fortalezas con la más generosa objetividad. No se trata de llevarnos a los extremos de una cuerda tensa, donde ya probadamente se sabe que no podríamos debilitar al Instituto Nacional Electoral (INE) al grado de la extinción, ni tampoco vitaminarlo al grado de que ya no encuentre fronteras para llegar al exceso. Pero el escenario se complica cuando la sangre que palpita en el instituto tiene la cromática de los partidos políticos que se lo apropian, más que aquella genética de la ciudadanía que debería representar.

Distraídos

Estamos ante una contaminación exponencial de los asuntos de la política que en vez de generar identidad con los ciudadanos los aleja al apostarse al mandato de los institutos políticos. Los partidos marcan el ritmo de la vida institucional al ser aquellos quienes por medio de sus representaciones legislativas destinan presupuestos y realizan nombramientos. Sencillamente consejeros y burocracia que los acompaña se siguen debiendo a doctrinas y apegos políticos más que estrictamente deberse a la imparcialidad y a la pluralidad ciudadana.

Por otra parte los mecanismos de coordinación que deberían armonizar a las elecciones locales y federales se encuentran entrampados entre la aún existente injerencia del poder político de los gobernadores y la ineficiencia burocrática del centralismo que supervisa la actuación de lo estatal. No es raro que esa dinámica ralentice con normalidad la confirmación de resultados electorales, ni que genere discrepancia en selección de candidaturas, fiscalización y demás actividades cuyos límites de actuación se han desdibujado. Lo cierto es que desde su origen y en el paso de las reformas más significativas, como la de 2014, el INE ha quedado a merced del capricho legislativo de fuerzas políticas que protegen el interés partidista más que la conveniencia social.

Es así que se ha parchado sobre parchado, al grado que ahora el instituto incursiona con libertad en campos donde es cuestionable su legal actuación. Muchos, con sólida argumentación, esgrimen que en aras de un “perfeccionamiento” de nuestra democracia se concedió la posibilidad de crear un aparato de censura incluso a particulares, más allá de solucionar el problema de ineficiencia que recurrentemente se apersona en cada elección.

¿Por qué no al uso de la tecnología que facilita los procesos? ¿Por qué no la normalidad del voto electrónico? ¿Acaso algo nos detiene para simplificar procedimientos que hoy son costosos y anacrónicos? Parecería que como mexicanos no hemos superado la primera etapa de prueba del ejercicio democrático, aquella que solo se circunscribe al ejercicio del voto y la alternancia. Nuestros atavismos nos ponen un freno que muchos demandamos destruir. Debemos pasar a integrarnos a las sociedades participativas y exigentes de resultados y rendición de cuentas. Seguimos despertando en los días posteriores a la elección sin firmeza en resultados, distraídos penosamente en el pasado.

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