La pandemia por Covid-19 no provocó el rezago educativo en México: sin duda fue un catalizador importante para señalar con crudeza las carencias de la materia en diversos frentes.
En un primer momento queda claro que nuestro país no ha podido consolidar un modelo educativo resistente a la contingencia y a la adversidad: más bien hemos oscilado en modelos que satisfacen al momento político de los gobiernos pero qué lejos quedan de volverse catalizadores de la equidad y la excelencia educativa.
Lejos quedamos también de darle paso a la inclusión formativa de los vulnerables y los marginados. Subsiste una deuda ancestral de quienes se identifican como miembros de las comunidades indígenas, afrodescendientes, discapacitados y migrantes, entre otros. La situación se acentúa por regiones, donde el sur y sudeste presentan la mayor problemática para abatir rezagos en conocimiento de aquellos que ya de por sí no tenían puertas de entrada hacia la educación.
En este negativo sendero la pandemia ha sido implacable al acelerar la integración obligada de las Tecnologías de la Información y la Comunicación (TIC). Los actores del sistema educativo tuvieron por mandato que migrar en un tiempo récord hacia una modalidad para muchos desconocida. No se niega el enorme alivio que sin embargo representó la educación en línea como único medio posible para dar continuidad a los ciclos de enseñanza, pero el estado en que México se encontraba en ese marzo del pasado año no era ni cercanamente suficiente para hacer frente a un reto que hubiese requerido de una inversión paulatina e incremental a lo largo de décadas.
Hay que subrayar que no ha sido poco el monto destinado a la inserción del componente tecnológico en la educación: recordemos programas como Aprende 2.0, Enciclomedia y Habilidades digitales para todos. Ahí se etiquetaron millonarias cantidades que, compulsadas con los resultados provenientes de datos duros, poco avance consiguieron para aventajar a los alumnos en un mundo que sin clemencia los alcanza en la realidad.
Cifras
Para tener a la vista esos datos, dentro del universo de estudiantes que cuentan con recursos tecnológicos y conforme a la OCDE, México se encuentra muy por debajo del promedio de los países pertenecientes a la organización en lo relativo al porcentaje de estudiantes que cuentan con una computadora para uso escolar. Ahí la OCDE detenta 89% contra el porcentaje mexicano que se asienta en un delgado 56 por ciento.
Si continuamos en ese análisis, por lo que respecta al porcentaje de estudiantes que cuentan con una computadora y adicionalmente con acceso a internet el promedio de la OCDE sube a 95%, pero en México se rezaga a 68% solamente. Dichos porcentajes a su vez caen estrepitosamente cuando se hace una separación entre escuelas en ventaja y aquellas en desventaja.
Pero la problemática no concluye solamente con el acceso sino por igual destaca la calidad del acceso a la conexión misma: la desigualdad en ese acceso nuevamente se apersona cuando revisamos los datos del Instituto Federal de Telecomunicaciones, en cuyos registros podemos conocer que desde los más favorecidos hasta los más rezagados no cuentan con una banda de acceso que soporte con suficiencia el promedio de datos que se ocupan en un enlace para educación a distancia. En la Ciudad de México 91 de cada 100 habitantes tiene cobertura y acceso a internet, pero de ese universo solamente 45% navega en una banda de calidad y anchura suficiente. Los números van decayendo para aterrizar en el sur y sudeste, donde Tabasco, Oaxaca y Chiapas experimentan un profundo rezago. Ahí solo 23, 22 y 17 de 100 mexicanos acceden a internet y solo 12% lo hace con banda de calidad.
Pero volvamos al planteamiento inicial: el precario acceso a las TIC visibilizado por la pandemia no ha sido el detonante de raíz de un rezago que ya se antoja penoso. La honda grieta de nuestro sistema encuentra un sinfín de orígenes; sin embargo, ya no se puede postergar la inclusión de TIC en el diseño y desarrollo de la educación de vanguardia. No será una panacea, pero sin duda es una ruta de apuestas certeras.