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“No hay manera de esconderse: a todos tocará una parte de la consecuencia”.

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Columnas
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La indolencia ya no es opción. El tiempo en que la afectación nos alcanzará a todos con consecuencias visibles se aceleró de manera exponencial. No es un guion de película de ciencia ficción: es una realidad que tenemos ante los ojos y hemos escondido a conveniencia entre los beneficios de un desarrollo perentorio que ya ni siquiera a mediano sino a corto plazo se verá opacado por lo pernicioso que resultará no haber atendido integralmente el problema del cambio climático.

Ya no es tiempo de la inacción que hereda irresponsablemente el problema a nuevas generaciones. La contrariedad nos trastoca en tiempo presente a la humanidad en conjunto.

Hoy encontramos ejemplos a la mano como aquellos países que tienen voraces incendios entre los que están Grecia, Turquía, Canadá, Rusia y Estados Unidos.

Por igual en muchos otros se padecen inundaciones inusitadas como los casos de Alemania, Holanda, Reino Unido, China, Corea del Sur y Bélgica.

Sin embargo la lista no culmina con estos eventos: presenciamos un aumento generalizado de temperaturas, una mayor concentración de bióxido de carbono en el aire, subidas del nivel del mar o disminución de la calidad del agua que en conjunto son un llamado enérgico a la acción.

Ante este panorama absolutamente todos debemos prestar oídos al sexto informe del Panel Intergubernamental de Expertos sobre el Cambio Climático de la Organización de Naciones Unidas (ONU). En esa valoración no es ni remotamente exagerado que se advierta que el mundo se encuentra en código rojo y quizá sea esta una última oportunidad para primero contener y posteriormente corregir esta ruta de autodestrucción que pactamos como especie.

Diagnóstico

Los datos son espeluznantes. En el caso de Latinoamérica es de esperar que el incremento gradual de temperaturas se acelere por encima de la media mundial. La variación en las precipitaciones pluviales anticipa un incremento considerable de las lluvias en el noroeste y sudeste de Sudamérica. Y llevará a una sequía asfixiante a Centroamérica y gran parte de nuestro país con un exponencial crecimiento en la ocurrencia de incendios forestales.

En el contexto global muy probablemente se rompa el umbral de aumento de la temperatura promedio en más de los temidos 1.5 grados con lo que las consecuencias se vuelven impredecibles.

Todo el diagnóstico está a la vista tanto para entendidos como para estultos. Sin embargo, el primer acto de generación de real compromiso y conciencia debe empezar por los más básicos núcleos sociales.

México no está en la mejor condición de ejemplificar positivamente. Somos en conjunto una sociedad poco dedicada a la valoración de la correcta conservación del medio ambiente. Es más, los incentivos para el florecimiento de prácticas dañinas ahí siguen sin consecuencias palpables. La impunidad que acompaña a los actos sencillos, como arrojar desechos en la vía pública, es una situación notoria e inculcada como una normalidad desde la temprana infancia. En tal contexto el compromiso personal por el respeto ambiental es casi nulo.

Si adicionamos las señales encontradas en las políticas públicas de cualquier orden de gobierno en el país parecería que la ruta es el desprecio sistemático por el hábitat que nos aloja. La apuesta por la producción energética mediante la combustión sucia es además de lamentable generalizadamente peligrosa. No hay manera de esconderse: a todos tocará una parte de la consecuencia de este camino a contrapelo.

La evaluación que António Guterres, secretario general de la ONU, califica como una real emergencia para la humanidad con la cual se debe dictar una sentencia de muerte para el carbón y los combustibles fósiles, es un semáforo en alto para la política de producción energética que se favorece en este gobierno. Mucho habrá que hacer para acompañar acciones de política pública mediante educación, creación de conciencia, fortalecimiento del Estado de Derecho e incluso generación de incentivos para un cambio abrupto de hábitos de consumo.

¿Estamos los habitantes de esta noble tierra en disposición de transitar hacia ese cambio profundo? La respuesta debe tener en cuenta que no es suficiente la rectoría de un gobierno para lograrlo. Mucho hay en nuestras posibilidades como ciudadanos de propiciar la atención a este último y estridente llamado.

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