Austeridad e indignados

Todos los políticos logreros y los economistas keynesianos se están mesando los cabellos y desgarrando las vestiduras.

 La “austeridad” en el gasto público provoca tragedias infinitas en los pueblos
Foto: Internet
Columnas
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Todos los políticos logreros y los economistas keynesianos se están mesando los cabellos y desgarrando las vestiduras. Se declaran muy molestos por los recortes en el gasto público que muchos países han comenzado a aplicar. La llaman “austeridad”, y causa terribles consecuencias sociales, dicen ellos.

¿Y sabes qué? Tienen toda la razón. La “austeridad” en el gasto público provoca tragedias infinitas en los pueblos: desempleo, desinversiones, deterioro de servicios públicos, de la atención médica, de las pensiones…. Todo eso es cierto.

Pero lo que no ven (lo que no quieren ver) es que los gobiernos no se vuelven austeros nomás porque sí. Veamos lo elemental. ¿Hay en alguna parte algún político que deliberadamente quiera volverse impopular dentro de su propio pueblo? No, la mayoría de los políticos no son “buenos” de corazón, sino porque así les conviene; quieren desesperadamente parecer “buenos” por interés propio. Todos ellos saben perfectamente que aplicar medidas de “austeridad” le va a generar tremendos rencores en su pueblo.

Entonces, ¿por qué lo hacen hoy? ¿Por suicidas? No. Lo hacen porque ya no les queda de otra: simplemente ya no tienen dinero para seguir gastando como ellos quisieran. Ya no tienen dinero de impuestos, ni de préstamos ni de ahorros (dineros ajenos, por supuesto: fondos de pensiones, por ejemplo) ni siquiera dinero inventado por los bancos centrales.

Por décadas gastaron de más. Se acabó. Ya no hay. ¿Trágico? Sin duda. ¿Se puede evitar? Por desgracia, no.

Lentos pero furiosos

Se llaman Indignados. ¿Por qué están enojados? Por el brusco abandono que están sufriendo de sus gobiernos, lo que ha devenido en tremendas tasas de desempleo, vencimiento de los seguros contra el paro, pensiones decrecientes y hasta desaparecidas, confiscación de ahorros, aumento de la criminalidad y los suicidios, servicios públicos deteriorados (agua, vialidades, recolección de basura, etcétera).

Hoy media Europa, y pronto, como fichas de dominó, todos los demás países del mundo. Es una gigantesca crisis económica. Peor que la Gran Depresión de los años treinta. Es la primera Gran Depresión a escala realmente global; apenas ha comenzado, cumple seis años este verano; y será la peor catástrofe de su tipo jamás experimentada por la humanidad.

¿Y los Indignados? ¡Claro que tienen motivos para estar indignados! Lo que no parecen entender es que no hay manera de no salir raspados de esta crisis que nos empobrece a todos (salvo a un puñadito del consabido 1% oligárquico).

Hay miles de ingenieros o arquitectos con maestrías y doctorados en el desempleo, o en trabajos de bajo nivel como afanadoras, mensajeros, baby-sitters. Están frustrados, endeudados, explotados, desesperados… indignados. Se les robó el presente y el futuro.

Es cierto, pero no lo van a resolver con marchas, pancartas, grafitis furiosos, apedreando policías, quemando patrullas. No queda más que volver a construir la economía. Una economía más real, menos dominada por la especulación, el endeudamiento, el consumo galopante.

¿Es injusto? Puede ser, pero no hay alternativa. El futuro exige constructores. ¿Podrán los Indignados volverse Constructores?

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