Ya es oficial en Grecia (y pronto lo será en más y más países): los alimentos enlatados no perecederos, pasados de fecha de caducidad, todavía se pueden vender al público, si bien a un precio menor al marcado.
O sea, también en ese nuevo sector hay clases: los alimentos “vigentes” están en un estante y en el de junto están los ya “vencidos”, que se venden a un precio reducido en vez de ser tirados a la basura, como establecen las normas tradicionales. Así, su vida comercial se extiende —dependiendo del producto específico— a entre una semana y tres meses más.
Me pregunto si de veras esa norma se cumple a rajatabla en todas partes. Lo dudo, sobre todo en ciertos ámbitos tercermundistas. Pero esa es otra historia. Lo interesante es analizar qué ocurre con esta nueva práctica, que ya algunos tildan de “clasismo mercantil”, en distensión quizás un poco excesiva e hipócrita del pensamiento marxista por las buenas almas escandalizadas de siempre.
No tardaron los políticamente correctos en alzar la voz al cielo, clamando desde su púlpito por esta “nueva ofensa a los sectores más vulnerables”.
Me da un poco de risa que así clamen quienes no sufren aún del retortijón estomacal suficiente para entender que “a buena hambre no hay pan duro”. Y no digo que esté “bien” que el apremio actual obligue a cuestionar una norma que de por sí ya era cuestionable; lo que digo es simplemente lo que nos recuerda el sabio refrán: “No hay bien más caro que el que no hay”.
Consumos “pospreferentes”
Como todos los países que han pasado por épocas arduas, Grecia ha traspasado muchas líneas rojas desde el comienzo de la crisis que hoy se mal entiende como “la más severa desde la Segunda Guerra Mundial”. No lo es; es mucho peor que eso: es la crisis económica más grave en toda la historia de la humanidad de los últimos seis o siete siglos, y la primera crisis sistémica realmente global. Y apenas comienza.
Claro que las autoridades justificaron la medida. El secretario de Estado para el Consumo, Yorgos Stergiou, dijo que la decisión no supone un riesgo para la salud pública: “El consumo preferente es un instrumento de seguridad y marketing de los productores, pero que se exceda por un plazo razonable no significa que el producto no esté bueno o sea peligroso”.
Obviamente, las principales cadenas comerciales se resistieron al principio un tanto a la medida, por temor a arriesgar su reputación e “identificarse con la pobreza”, pero poco a poco se van acomodando a las nuevas condiciones, al ritmo que también lo hace su clientela. Nada que no fuera previsible, en suma.
La población griega está cada vez más empobrecida: la tasa de desempleo supera 27%, casi 600 mil niños viven ya por debajo de la línea de pobreza y las perspectivas son para empeorar, no para mejorar. La realidad no se conmueve con alegatos “éticos”.