EL REINO QUE NO FUE

“El levantamiento de 1810 obedecía a la defensa del reino ante los franceses”.

Ignacio Anaya
Columnas
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Bastante se habla en los medios sobre lo que representa la monarquía en la actualidad. La muerte de Isabel II prendió de nuevo el debate en torno de la presencia de la institución monárquica.

Para unos es un sistema ya obsoleto con una existencia injustificable en pleno siglo XXI, mientras que para otros es símbolo de tradición e identidad.

Muchos criticaron su protagonismo en los procesos coloniales de los siglos XIX, XX y hasta la actualidad en cuanto al poder del Imperio Británico, así como los escándalos que rodean a la familia real.

En Latinoamérica la experiencia más cercana con los colonialismos sucedió durante los siglos que conformaron el periodo de los virreinatos y las colonias. No obstante, la gran mayoría de estos territorios terminarían adquiriendo sus independencias para, con el paso del tiempo, conformarse en las repúblicas que se conocen en la actualidad, aun con todos sus problemas.

Dentro de estos procesos Brasil representa un caso excepcional, ya que en 1807 la familia real portuguesa se vio obligada a salir de Portugal e instalar la corte real en sus territorios en Brasil.

Aunque fuera el único caso de la monarquía estableciendo la sede de su reinado desde uno de sus dominios, esto no quiere decir que al menos no pasase por las mentes de otras realezas. Según se rumora, Manuel Godoy, ministro de la Corte y sujeto cercano a Carlos IV, le planteó a la familia real irse a América (probablemente Nueva España) debido a la crisis monárquica que se estaba viviendo en España y que desató el confrontamiento del heredero al trono Fernando VII y sus seguidores contra Godoy.

Hubiera

La historia alternativa es una buena herramienta para imaginarse y crear sucesos que nunca ocurrieron. Una manera de contestar la pregunta del hubiera en la historia. ¿Qué hubiera pasado si la familia real se instalaba en Nueva España?

El plan nunca sucedió. Carlos IV abdicó —de manera obligada— el trono a favor de su hijo, quien gozaba del apoyo de un importante sector de la nobleza y del pueblo español. No obstante, de manera inmediata Napoleón Bonaparte, teóricamente aliado de Carlos IV, aprovechó la situación para hacerse del control de España en 1808 y nombrar a su hermano José Bonaparte rey de España y de las Indias, provocando así la insurrección en la península.

Las noticias no tardaron en llegar a Nueva España. La incertidumbre sobre cómo proceder invitó a las autoridades novohispanas y al mismo virrey Iturrigaray a convocar reuniones en las que quedaron demostrados los intereses de los grupos peninsulares y criollos en cuanto a quién o qué instancia debía asumir el control en lo que las cosas se tranquilizaban en España.

El virrey se mostró partidario de crear una junta que reconocería a Fernando VII y se proclamara como guardiana del territorio novohispano, en lo que el rey volviera a asumir funciones. Este plan terminó siendo descubierto y el virrey fue quitado de su cargo.

No terminaría allí el apoyo novohispano a Fernando VII, pues se vería reflejado en una de las figuras más importantes de la independencia de México: Miguel Hidalgo. El levantamiento del cura en 1810 obedecía, entre otras causas, a la defensa del reino y Nueva España ante los franceses, culpando a los peninsulares de querer confabular con Francia. Después vendrían más de diez años de lucha independentista, aunque sin un objetivo claro entre sus actores al momento de su desenlace. Durante un tiempo reinó el pensamiento de que América podría ser la sede de la monarquía española, o su propio reino, hasta incluso después de la independencia.