UN CULTO EN LA FRONTERA

“La población puede apropiarse de un acontecimiento de diferentes maneras”.

Ignacio Anaya
Columnas
JUAN SOLDADO

En Tijuana y algunas partes de la frontera con Estados Unidos, para unos cuantos el nombre de Juan Soldado no es desconocido. Su tumba en el panteón Puerta Blanca se encuentra cubierta con ofrendas, puestas por aquellos feligreses que esperan de él un milagro. Para varios tijuanenses y mexicanos del otro lado de la frontera es un santo, aunque no reconocido por la Iglesia Católica.

¿Qué hizo este sujeto para llegar a tal grado dentro de la fe de la población? La respuesta es un poco complicada.

El historiador y periodista Paul J. Vanderwood le dedicó toda una obra a este caso, intitulada Juan Soldado: violador, asesino, mártir y santo (2004). Como se podrá inferir por el título, no se trata de los santos tradicionales del cristianismo… pero, bueno, eso ya es cosa de la hagiografía (el estudio de los santos).

A partir de la recopilación de testimonios y de periódicos fronterizos y nacionales como El Universal y Excélsior (muestra del alcance que tuvo el suceso), Vanderwood unió las piezas del caso de la siguiente manera: en un atardecer del 13 de febrero de 1938 la pequeña Olga Camacho, de ocho años, fue enviada por su madre a comprar carne para su familia a la tienda de la esquina; la niña nunca regresó; su madre comenzó a preocuparse y salió a buscarla; el dueño de la tienda afirmó que la hija en efecto había comprado la carne, pero ya no se supo más después de que saliera.

Entonces escaló el pánico. La familia, los amigos y las autoridades buscaron por toda la noche hasta que al mediodía se dio la terrible noticia: la niña fue hallada muerta en un garaje abandonado, enfrente de la casa de los Camacho. Las pruebas, grotescas en su presencia, indicaban que se había tratado de asesinato.

Se inició una investigación por la que, apunta Vanderwood, se detuvo a cinco sujetos, entre los que se encontraba Juan Castillo Morales, un joven soldado de 24 años de origen oaxaqueño. A pesar de afirmar su inocencia en un principio, se declaró culpable una vez que se encontró ropa ensangrentada de él. La gente quería venganza.

Desconfianza

El sospechoso fue llevado a un cuartel llamado El Fuerte. Afuera la gente se amontonó para sacar al prisionero y llevarlo ante la justicia con sus propias manos. No fue necesario: se realizó un proceso inmediato y Juan Castillo Morales fue sentenciado a la pena de muerte. La sentencia era nada más y nada menos que la ley fuga, una simulación donde se permitía al prisionero “escapar” mientras se le disparaba por la espalda. De esta manera se justificaba la razón de muerte.

Vanderwood afirma que de tres balazos y un tiro de gracia terminó la vida de Juan Castillo. La gente tenía su venganza y el gobierno se adjudicaba el hacer valer la ley. No obstante, de ahí nacería Juan Soldado como santo.

No tardó en correr la voz por todo Tijuana de los sucesos sobrenaturales alrededor de la tumba de Castillo: la gente decía escuchar voces y ver sangre saliendo del enterramiento. Luego llegaron los supuestos milagros.

Los devotos de Juan Soldado creían que era inocente y se le inculpó para proteger al verdadero autor del crimen, un militar de alto rango. También rondaba en ese entonces la desconfianza en Tijuana hacia el gobierno y en el sistema de justicia. Su muerte fue vista por algunos como una injusticia más de un sistema corrupto. Incluso la gente veía paralelismos entre su muerte y la de Jesucristo.

El caso de Juan Soldado permite ver una historia que muestra cómo la población puede interpretar y apropiarse de un acontecimiento de diferentes maneras, sin que haya una moral definida.

Hasta la fecha la gente cree en su inocencia y le pide en sus oraciones para cumplir milagros.