EL LENGUAJE DE LA GUERRA

“Para Moscú se trató de una expresión ‘imperdonable’”.

Javier Oliva Posada
Columnas
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Si en la vida cotidiana la forma de comunicar de manera verbal y, más aún, escritas nuestras ideas y sentimientos tiene una relevancia sustancial para demostrar la calidad, corrección, precisión, sentido y objetivos de nuestra comunicación, en situaciones excepcionales como la guerra dichas características adquieren una dimensión fundamental, incluso para acortar o, peor aún, para prolongar la destrucción y muerte.

Robert Brandom, en su monumental Hacerlo explícito (ed. Herder), en el Capítulo 3 respecto de la práctica y el compromiso discursivo, establece la fundamental relevancia que tiene el contexto para el momento de la emisión del lenguaje. Es decir, en consonancia a propósito de tiempo, lugar y condiciones, las expresiones verbales y escritas adquieren su sentido definitivo, al menos para el emisor.

De tal manera que cuando asistimos a un momento de tensión o de miedo la articulación de los mensajes pasa a formar parte de la circunstancia misma. Algo que, para analizar la situación prevaleciente luego de la invasión de Rusia a Ucrania, conviene tener a la mano.

Polarización

La declaración del presidente de Estados Unidos, Joseph Biden, en una conferencia de prensa realizada en la Casa Blanca, calificando el miércoles 16 a Vladimir Putin como “criminal de guerra”, no es nimia.

Poco después la vocera presidencial, Jen Psaki, quiso matizar tan grave expresión señalando que el presidente había hablado con el corazón luego de haber visto una serie de grabaciones a propósito de cómo se desarrolla la guerra y mueren miles de personas, en medio de la total destrucción de las ciudades. No obstante, la expresión, en el lugar, en el contexto y la emoción concedida a la misma, de inmediato generó una respuesta del Kremlin.

En un comunicado de prensa Moscú señaló de forma textual que se trató de una expresión “imperdonable” e “inaceptable”.

Así las cosas, si al lenguaje nos atenemos, las posibilidades de una acercamiento entre ambos gobernantes, Biden y Putin, se ve lejano e incluso innecesario e inútil ante tal polarización. Esto a su vez desde luego que campea tanto en el ambiente de la Unión Europea y la Organización del Tratado del Atlántico Norte como en las aún incipientes negociaciones de alto al fuego —que no de paz— entre Rusia y Ucrania.

De este modo, siguiendo los planteamientos arriba citados de Robert Brandom, somos testigos de una auténtica polarización, que no es más que otro paso, el ascenso de un peldaño en la crispación que día con día aumenta sin que se vean en el corto plazo formas o intenciones de disminuir.

Por eso es tan relevante el uso del lenguaje en estas dramáticas condiciones, pues de él depende evidenciar en situaciones críticas lo que serán los siguientes capítulos. Como se puede ver, no hay por ninguna de las dos principales partes en el conflicto disposición a relajar, disminuir e incluso modificar los planteamientos que de origen le da identidad a cada posición.

Bajo esta perspectiva de análisis político la mejor vía para desactivar nuevos y graves peligros es la expresión verbal y escrita que demuestre, acompañada de acciones, que hay disposición a acercar planteamientos. Por ejemplo, el presidente de Ucrania, Volodímir Zelenski, manifestó ya que su país en definitiva no formará parte de la OTAN. Esta es una demanda crucial de Putin, utilizada incluso como el principal argumento para lanzar la “operación militar” en curso. Sin duda la expresión del líder ucraniano será una base apropiada para comenzar a desmontar la posibilidad de una escalada de la guerra.