HACIA EL PRIMER AÑO DE LA INVASIÓN

“Es la naturaleza geopolítica de México”.

Javier Oliva Posada
Columnas
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Estamos a poco más de un mes (24 de febrero) para que se cumpla un año del inicio de hostilidades entre Rusia y Ucrania luego de la incursión militar rusa a propósito de reclamos de acercamientos militares, sobre todo, a la órbita de intereses de la Organización del Tratado Atlántico Norte (OTAN).

De entonces a la fecha las tremendas imágenes de muerte, devastadores ataques con misiles, el uso como sucede en todas las guerras del armamento más moderno y por tanto letal, la demolición completa de ciudades y migraciones en prácticamente todas las direcciones, entre otros factores, sin duda arrojan un primer y dramático resultado: por mucho, la peor parte la llevado la población de Ucrania.

Este conflicto armado, que se desarrolla entre las zonas limítrofes convencionales de Europa y Asia, donde se ven involucrados los más diversos intereses, marca a toda una generación de líderes políticos y sociales de esa vasta región para dejar en claro que las características comunes de anteriores guerras quedaron en definitiva atrás.

La difusión de noticias falsas y acusaciones sin sustento entre las partes involucradas, así como los señalamientos y amenazas sobre la utilización de armas nucleares propician, como sucedió en esta última semana, que longevas rivalidades renazcan con fuerza y demuestran que en realidad nunca se fueron. Por ejemplo, la manifestada entre Gran Bretaña y Rusia. León Tolstoi de nuevo está con nosotros.

Junto con la pandemia de Covid-19, la invasión de Rusia a Ucrania amenaza con prolongarse mucho más de lo esperado por los analistas militares y de política internacional y con ello, de manera evidente, sus afectaciones a nivel mundial también habrán de percibirse con nitidez, incluso en México.

Decisiones

Razonablemente, ningún país con proyección e intereses nacionales en juego en el concierto internacional está a salvo. El endeble argumento de la distancia respecto de la guerra es una fehaciente muestra de una percepción anacrónica, pero sobre todo desinformada a propósito de lo que nuestro país puede hacer por la paz.

Por una parte, están nuestras capacidades diplomáticas, que van de la incidencia en la macroregión latinoamericana, así como el diálogo permanente, tal y como se evidenció en la reunión de los tres mandatarios de América del Norte realizada en nuestro país en días pasados, hasta la creación de condiciones de responsabilidad compartida para atender los flujos migratorios forzados procedentes de Centroamérica y que se encuentran compuestos por una diversidad de países de la zona, pero que también proceden de África y Asia central.

Esa es la naturaleza geopolítica de México y con base en ella deben tomarse decisiones de largo aliento.

Resulta indudable que mientras más se prolongue el conflicto bélico en términos cronológicos las consecuencias negativas serán mayores. Mucho peor sería una ampliación de la guerra en las inmediaciones del teatro de operaciones, así como la irrupción de otro conflicto armado donde una potencia preponderante se vea involucrada. De manera señalada se menciona a China por su pretensión de someter a Taiwán, a la que denomina como “isla rebelde”.

Luego de revisar y estudiar las enormes cantidades de despachos de reporteros en los distintos frentes de la guerra ruso-ucraniana me parece que no hay un pronóstico serio —como sucede en cualquier conflicto bélico— respecto de cuándo y cómo habrá de concluir. Menos aún cómo será el largo y costoso proceso de reconstrucción en el intento de recuperar la vida cotidiana. Por desgracia, no hay un solo indicio en esa dirección.