NO ES UNA NUEVA GUERRA FRÍA

“Para Rusia garantizar distancia física de sus rivales y a veces enemigos es crítico”.

Javier Oliva Posada
Columnas
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Es frecuente el recurso esquemático para caracterizar diversas situaciones o eventos de forma paralela para con ello suponer que se ahorran argumentos (en mala hora) e incluso profundizar en las peculiaridades de lo que se pretende comparar. Por ejemplo: Xochimilco es “la Venecia mexicana”.

Así también sucede en la política, en los asuntos internacionales y, desde luego, cuando se trata de eventos donde la fuerza de las armas y las decisiones de los gobernantes afectan la vida de millones de personas.

Hoy nos encontramos en un caso similar y que por supuesto no contribuye en nada a su comprensión.

La geopolítica de Rusia-Unión Soviética-Rusia, es decir, el decurso del que es el Estado más grande en cuanto a su extensión geográfica en la actualidad, ha observado casi una permanente inestabilidad en cuanto a la cohesión del territorio. La presencia de un amplio número de etnias que reivindica desde siempre sus valores de identidad, como son el idioma, las costumbres, la religión y una zona de influencia, propicia graves y crueles conflictos armados e incluso sublevaciones. Cualquier buen libro de historia de Rusia documenta lo anterior.

Ucrania, como se constata en las confrontaciones de la Segunda Guerra Mundial, fue uno de los objetivos prioritarios de la expansión militar de la Alemania nazi.

También fue una zona de absoluta prioridad en cuanto a producción y dominación por parte de Josef Stalin para garantizar la salida al Mar Negro y por lo tanto al Mar Mediterráneo.

Crimea —parte original de la integridad territorial de Ucrania— le permitió a los zares y a los autócratas soviéticos mantener una presencia clave en las rivalidades marítimas. En marzo de 2014 se firmó el acuerdo de adhesión de la península a la Federación de Rusia en medio de las protestas internacionales y la inconformidad de la población. Nada de eso valió.

Causas

Las horas de incertidumbre que vive el mundo, en particular Europa y el norte de Asia, se agudizarán en el momento en que las Fuerzas Armadas del país invadido logren contener o al menos retrasar la caída de las principales ciudades en manos de las tropas rusas. La prueba de fuerza y desafío hecha por Vladimir Putin sentará las bases para otras acciones donde las potencias regionales pretendan anexionar supuestos o reales reclamos soberanos sobre territorios determinados.

Hoy no es una confrontación ideológica lo que propicia el conflicto entre Rusia y Ucrania. En la historia las causas de las guerras han ido del mito (Troya y Helena) a las causas religiosas (en realidad comerciales, como las Cruzadas) pero, y sin excepción, han sido las disputas por territorios, mares, cuerpos de agua y pasos estratégicos y sus proyecciones (contemporáneas) a la atmósfera y el espacio lo que han motivado a las guerras.

Ahora no es diferente. Para Rusia garantizar distancia física de sus rivales y a veces enemigos europeos es crítico. Como lo es también respecto de su otro adversario y a veces enemigo Japón. Eso fue lo que motivó a Stalin en las conferencias de paz con los aliados Francia, Reino Unido y Estados Unidos. En aquella época se argumentaban principios de las ideologías predominantes. Ahora estamos ante la política real, frente a las confrontaciones directas de los intereses de poder regionales e internacionales, sin otra intención que hacer valer, incluso por la fuerza armada, las prioridades geopolíticas en confrontación.

No hay promesas de libertad, democracia y desarrollo en conflicto. No es una Guerra Fría. Es la lucha por la supervivencia o por la imposición, dependiendo del bando, lo que motiva las guerras entre Estados.