Javier Oliva Posada
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En días pasados tomó posesión como nuevo jefe del Comando Sur de Estados Unidos el general John Kelly, quien anunció en su discurso que uno de los objetivos más importantes para su país es el combate al tráfico de enervantes y que lograr mejores resultados, cooperación internacional y multilateral, son determinantes.
Este relevo también se inscribe en la reestructuración de mandos para, y en el inicio de, el segundo periodo presidencial de Barack Obama.
Hay que recordar que a raíz de los atentados terroristas del 11 de septiembre de 2001 el Departamento de Defensa decidió reorganizar las responsabilidades geopolíticas. Entre las más notables novedades se observaron la creación del Comando Norte, donde se incluye a nuestro país, junto con la consideración, dentro de determinadas áreas, de China y Rusia: así, las condiciones para atender una exigencia de amplio espectro en términos militares demandaría menos tiempo y, por lo tanto, se ganaría más efectividad.
Y ante el fin de los escenarios bélicos en Irak y Afganistán, la creciente tensión con China, así como los sacudimientos geopolíticos en el norte de África y Oriente Medio, la exigencia para contar con un continente americano estable y en general productivo se vuelve una prioridad que pasa por lo social y termina en lo estratégico.
Es de comprender que en ese ambiente, y en perspectiva, México y el Istmo Centroamericano tendrán un papel clave en la visión y bases de la doctrina militar estadunidense para las siguientes décadas.
Seriedad
De tal forma, en la coincidencia del cambio de gobierno en ambos países, México y Estados Unidos deben compartir acciones y coordinar esfuerzos en materia de seguridad nacional y continental, sí, pero esta disposición debe extenderse, por supuesto, a medidas para prevenir con firmeza el crecimiento de la demanda de narcóticos y los beneficios económicos que genera el incontrolable lavado de dinero.
Por eso los anuncios de altos mandos militares estadunidenses, como el del general Kelly, respecto del desafío que significa el tráfico de estupefacientes, deben tomarse con la seriedad propia de un pronunciamiento también diplomático.
Por cuanto a la administración que encabezará Enrique Peña Nieto, este tipo de pronunciamientos no pueden ni deben pasar de largo, ya que anuncian un previsible ajuste en las formas de cooperación continental y binacional que han prevalecido.
Sin dejar de lado las características geopolíticas de la frontera terrestre entre ambas naciones, la atención que tendrá la lucha contra el tráfico de enervantes desde las esferas de la élite militar estadunidense, aunada a la incorporación de nuevos mandamientos a las Fuerzas Armadas de ese país en su territorio, exigirá de parte de México definiciones y acciones que darán sentido y contenido a una propia política de Defensa Nacional.
De esta manera, las presiones por venir para el siguiente gobierno mexicano pudieran ser retomadas como el ambiente y argumento adecuado para ejercer, a su vez, una positiva convocatoria interna en la búsqueda para lograr una mejor coordinación interagencial. Las condiciones para el también nuevo gobierno en EU permiten precisar prioridades en materia de seguridad nacional y las tareas por cumplir de parte de la Casa Blanca. Por eso será muy interesante analizar la postura de ese país ante el peligroso repunte de la crisis entre Israel y Palestina. Si se privilegia la vía militar o la diplomática, será un anuncio de lo que ya tendremos a la vista.