LA CURA CONTRA LOS POLÍTICOS

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Ahí les va una retadora, compañeros: ¿Cómo fregados podemos tener mejores políticos? Desde los filósofos de la antigüedad hemos escuchado numerosas respuestas a esta espinosa pregunta, algunas buenas y otras regulares. Pero hoy les quiero compartir una solución simple y elegante: si queremos tener servidores públicos decentes, debemos descalificar automáticamente a todo aquel que tenga el más mínimo deseo de ser político o que busque obsesivamente un cargo de elección popular. ¡Tan tan!

Esta brillante idea no es mía, sino del escritor británico Douglas Adams, autor de la genial serie The Hitchhiker’s Guide to the Galaxy. Para Adams el asunto era muy simple: las personas que más desean gobernar son, por definición, las menos aptas para hacerlo. Quien codicia el poder, no debería jamás acceder a él.

Brian Klass, académico del University College London, coincide con Adams. Según él, este fenómeno se explica por un “sesgo de autoselección”. O sea, que quienes gravitan hacia la política no son representativos del resto de la sociedad. Porque para la mayoría de los mortales como nosotros, la búsqueda y adquisición del poder es inusual e incómoda. Pero hay una minoría sedienta de poder que, motivada por ambición, narcisismo o megalomanía, busca incansablemente tener la autoridad para mandar sobre otros.

Lo peor del asunto, dice Klass, es que para llegar a cualquier cargo público una persona tiene que pasar toda clase de cochinadas e inmoralidades, haciendo que solo los menos escrupulosos tengan el deseo de hacerlo. Esto debería descalificarlos automáticamente a cualquier posición de poder. Si queremos resumir aún más esta visión: el problema no es que el poder corrompa, sino que las personas corruptibles son aquellas que lo desean. De ahí que nuestras opciones electorales sean siempre una galería de sinvergüenzas.

Ideales

Ahora bien, todo lo anterior solo nos da un diagnóstico, pero no una solución. Volvamos entonces a la pregunta inicial: ¿cómo fregados podemos tener mejores políticos?; ¿cómo balanceamos la ecuación para no tener que elegir siempre entre “el menos peor”?

Lo primero que debemos saber es que la gente miserable y desvergonzada se va a presentar a una elección en 100% de los casos. Como hemos ya establecido: esta es su naturaleza. Pero entonces, ¿cómo convencemos a gente decente, competente y bien intencionada para que se meta en el pantano de la política moderna? ¿Cómo encontramos personas cuyo deseo sea usar el poder para servir, para producir cambios significativos y positivos para los demás y no únicamente para avanzar sus propios intereses?

Klaas sugiere que el error de origen es dejar que todo dependa del voluntarismo. Esperamos que los “buenos ciudadanos” se ofrezcan a servir a la sociedad por voluntad propia, cuando lo sensato sería hacer un headhunting de calidad moral.

Este es el reto de los partidos políticos: en vez de tener un “sesgo de autoselección”, donde solamente los integren gente corruptible, deberían de invertir más tiempo y dinero en salir a buscar a candidatos ideales. Detectar a líderes que hayan demostrado capacidad, competencia y una visión en favor de la sociedad en cualquier campo de acción y salir entonces a reclutar y a convencer de que participen en la política. No solo esto, los propios partidos deberán también garantizarles un salario, guardaespaldas y toda clase de apoyo para que estos ciudadanos puedan inocularse contra los aspectos más tóxicos de la política y se dediquen a pensar en soluciones prácticas y realistas.

Eso sí… todos estos cambios exigen que a los partidos les interese realmente mejorar la calidad de la política. Pero considerando la calaña de gente que los integra actualmente, no queda duda que esta solución quedará —por ahora— en el reino literario que caracterizó a Douglas Adams: la fantasía y la ciencia ficción.

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