En muchas películas de ficción hemos visto cómo el malvado no quiere dinero: aspira más bien a tener poder mediante la amenaza de una destrucción masiva o mundial.
Y hoy la disposición de tecnología propia de guerras de amplio espectro ofrece a determinados grupos, en la ficción y en la realidad, la posibilidad de hacerse de algún dispositivo con carga nuclear y proceder a su utilización.
La hipotética ventaja de los malvados en el cine es que tratan de someter u obtener más poder sobre millones de personas mediante el chantaje o la amenaza, pero ese escenario es menos peligroso que el hecho de que grupos de violencia extremista religiosa, sin mediar negociación alguna, pudieran usar un artefacto nuclear solo por matar y destruir.
Esa preocupación es creciente, sobre todo luego de las investigaciones realizadas en Bruselas, París y otras ciudades como Ámsterdam, donde se evidenció una trama para acercarse y conocer tanto el funcionamiento de una instalación nuclear en Bélgica como la radicalización islámica de dos antiguos trabajadores de esa misma central.
La realización de la cumbre de Seguridad Internacional Nuclear los pasados días 31 de marzo y 1 de abril demostró que además de la promoción de los acuerdos para eliminar el combustible de uso civil, pero que puede ser reutilizado con fines de destrucción masiva, hay otros temas nuevos.
En esta ocasión, en el evento realizado en la capital de Estados Unidos, se planteó por primera vez la necesidad de establecer convenios internacionales para la vigilancia y resguardo apropiados de instalaciones y material nuclear ante los acechos de organizaciones terroristas por hacerse de esos recursos con fines de uso bélicos.
La presencia de 52 delegaciones de sus respectivos gobiernos demuestra por una parte la capacidad de convocatoria del presidente Barack Obama y, por otra, la real preocupación que existe ante la cada vez más violenta actividad del terrorismo internacional.
Intercambio
La cuestión radica en que de no haber criterios compartidos o acciones dirigidas a compartir información sensible entre instancias de seguridad de distintos países, será muy difícil hacerle frente a un problema tan complejo, como demostraron los atentados en Bélgica del mes pasado.
La falta de coordinación interna, el divisionismo político, la dejadez de varios funcionarios, entre otras causas, propiciaron el escenario adecuado para que se cometieran los actos de barbarie en el aeropuerto y en la estación del Metro de Bruselas.
Tan solo unas horas después, en Pakistán, un atentado más sangriento tendría lugar y de nuevo surgieron evidencias de la falta de pericia de autoridades locales.
Estos acontecimientos planearon sobre los contenidos de las intervenciones de la mayor parte de los asistentes a la cumbre de Seguridad Internacional Nuclear, donde por cierto fue muy señalada la ausencia de Rusia, si bien participó el embajador de ese país en Estados Unidos, Serguéi Kislay.
Los resultados de la reunión en Washington se verán aplicados en los siguientes meses, de haber acuerdos entre los gobiernos participantes. Solo falta saber si la siguiente presidencia en ese país dará continuidad a esos encuentros. Es decir, que no quede en la preocupación personal de Obama un intercambio de puntos de vista clave para la paz y seguridad mundiales. Sin duda, el antagonismo de la amenaza nuclear de actores no estatales es mundial.