Los gigantes patagones

Aún se recuerda cómo el falsario tecnócrata Saúl Menem, encubierto agente del mundialismo, destruyó el proyecto misilístico de Argentina y su misil Cóndor.

El doble Bariloche
Foto: Internet
José Luis Ontiveros
Columnas
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Cuando el general Julio Argentino Roca —cuyo monumento, vestido de gaucho, se encuentra en el cementerio de La Recoleta, donde quedó manca su escultura— emprendió la campaña del desierto contra los indios Mapuche, lanzando contra ellos el poder de la civilización en una fragata exterminadora, los territorios de la Patagonia fueron colonizados, mas nadie pensaba que alguna vez serían reconquistados por la barbarie a golpes de la tambora peronista y del Frente para la Victoria.

Desde el monumento que ocupa Roca, triste y exhausto en el Centro Cívico, montado en un jamelgo de escuálida estampa, grafiteado con el hocico rojo y el símbolo de una yerba verde, observaba cómo se agrupaban los contingentes montoneros frente al reloj en la torre del ayuntamiento.

San Carlos de Bariloche, cuyo trazo urbanístico fue obra del arquitecto Exequiel Bustillo en los años cuarenta del pasado siglo, pese a los crecimientos desordenados que ha sufrido en hacinados conventillos de edificios horrendos en que se distinguió la obra de la colonia alemana que junto con la croata y eslovaca fueron el aliento inicial de las 14 familias que lo formaron, ha pasado de la metrópoli de los chocolates y de portentosas montañas donde se esquía y se practica alpinismo a un punto azotado por el cambio climático, donde las nevadas son ya recuerdo de otras épocas y que con todo será sede de los Juegos Olímpicos de Invierno 2024.

En Bariloche persiste como su símbolo el lago Nahuel Lapi, muy extenso y profundo, en que las montañas se ciñen como las coronas blancas de su grandeza. Más allá de la mirada mastuerza del turismo, ha sido núcleo del movimiento Montonero, que luego de la represión militar y pese a la misma persistió y ahora se permite hacerse con el triunfo en las urnas, lo que recuerda esa frase lapidaria de José Antonio Primo de Rivera, para escándalo de las buenas conciencias: “El mejor destino de las urnas es ser destruidas”.

Imborrable

Aún se recuerda cómo el falsario tecnócrata Saúl Menem, encubierto agente del mundialismo, destruyó el proyecto misilístico de Argentina y su misil Cóndor, que era una herencia del primer avión supersónico latinoamericano que se construyó en tiempos de Perón bajo asesoría de los científicos alemanes del III Reich.

De tal modo que no es de extrañar que en esta inabarcable Patagonia —donde uno puede hacer una cabalgata por los linderos de la montaña y llegar a Chile, en medio de fogatas, asados y una fatiga muy acentuada, que este enviado emprendió en remembranza de gauchescas andadas escritas por José Hernández y Leopoldo Lugones— se levante uno de los polos de desarrollo tecnológico más renombrados, donde se encuentra el Centro Atómico Bariloche de Investigación y que es sede del INVAC, empresa argentina que construye reactores nucleares, radares y satélites.

En estas calles escarpadas de vientos fuertes hay tipos de mujeres de las más hermosas de Argentina y prueba palpable de la eugenesia platónica, verdaderos bocados de Cardenal que se desplazan desparpajadas llevando los sueños de voyeristas ocasionales y callejeros.

Con el apoyo de la base montonera, y de los barrios del exilio chileno que aquí se rehizo con estoicismo, en terrenos irregulares se presenta hoy el doble Bariloche, el del privilegio y las vistas magníficas de un paisaje único, y el otro, reptante y perdido, que el obispo de Bariloche, Fernando Maletti, ha señalado como “un sistema perverso en que se privilegian las inversiones inmobilarias sobre los problemas sociales”.

Y Bariloche es una huella imborrable de los gigantes Patagones.