EL AQUÍ Y AHORA O EL ALLÁ Y ENTONCES

Juan Carlos del Valle
Columnas
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En tiempos de distanciamiento social la virtualidad se ha constituido como el territorio principal de interacción y las plataformas digitales se han convertido en herramientas de trabajo y socialización esenciales para cada vez más personas. En el caso de los artistas y profesionales del arte, lo que antes era un mero complemento de su actividad primaria hoy es la alternativa más viable, y a menudo la única, para mostrar y vender su trabajo, para articular y comunicar proyectos. Las redes sociales, en particular, han ido adquiriendo mayor fuerza como un lugar de hallazgo, promoción y vinculación comunitaria para los artistas.

Personalmente, he encontrado que las redes sociales ofrecen una oportunidad maravillosa de descubrimiento de cientos de artistas desconocidos, tantos y tan accesibles que es difícil dar seguimiento y recordar a todos. Pintores del pasado, por un lado, que difícilmente hubiera conocido de otra manera puesto que su obra no ha sido debidamente exhibida o investigada y que salen a la luz gracias a la curiosidad, el gusto y la erudición de usuarios que deciden publicarlos en sus perfiles, dándoles visibilidad masiva y abriendo incluso la posibilidad de coleccionarlos virtualmente y de compartirlos con otros amantes y estudiosos del arte.

Y no solo artistas del pasado sino también muchos del presente se dan a conocer gracias a los alcances de estas plataformas. Ha sido un placer inesperado durante los meses de encierro poder acercarme a la obra de pintores contemporáneos de variadas partes del mundo, y no solo conocer su trabajo sino también vislumbrar su cotidianidad, las dinámicas de su mercado y su contexto geográfico, llegando a plantear colaboraciones con el potencial de trascender la virtualidad. Y esos límites difusos entre lo virtual y lo real merecen una reflexión, puesto que es innegable que la virtualidad constituye en sí misma un tipo de realidad, quizá paralela. Así en vez de estar en el aquí y ahora vivimos más y más en el allá y entonces.

Espiral

Pareciera que lo digital democratiza las oportunidades de visibilidad y participación y ofrece a los consumidores y productores de contenido un poder y una relevancia sin precedente. En un sentido, el espacio virtual sí es un gran igualador: donde antes había estructuras institucionales elitistas que favorecían a unos pocos privilegiados y frenaban el avance de la mayoría, hoy hay plataformas que le abren la posibilidad a cualquiera de tener una voz y con ello la posibilidad de compartir información y opiniones de todo tipo, organizar movimientos políticos y sociales, generar proyectos creativos e independientes, construir negocios y forjarse un sustento. La repercusión de las redes, que de por sí ya era enorme, se ha magnificado con la pandemia, la consecuente anulación de los espacios físicos y la creciente necesidad de las personas de conectar con otros seres humanos, de elevar la voz y hacerse escuchar en medio de una crisis social, económica, política y sanitaria de esta magnitud.

El problema de que todos eleven la voz al mismo tiempo es, lógicamente, un ruido caótico ininteligible que termina inundando, disolviendo, trivializando y desvirtuando todo. Igual que un grupo de niños escandalosos en un salón de clases queriendo participar a la vez y anulando toda posibilidad de verdadera comunicación, lo que pudiera ser una ocasión insuperable de encuentro resulta un desencuentro. La información se mezcla con malinformación, los verdaderos líderes con charlatanes e iniciativas valiosas con contenidos basura. Se ha cumplido la predicción warholiana sobre los 15 minutos de fama. Y es que hoy todos tenemos una opinión —o mejor dicho, un dictamen— sobre el rumbo del mundo; todos somos especialistas en ecología, política, medicina y arte; todos estamos convencidos de una versión de lo que es correcto o verdadero y esa versión choca violentamente con la de otros, quienes están igual de seguros de su propia interpretación de la realidad, validada y alimentada por los famosos algoritmos que utilizan nuestra propia sicología en contra nuestra.

Son tiempos paradójicos: nos rebelamos ante la mentira pero vivimos en una realidad simulada; ante la enorme diversidad de opiniones, predomina la intolerancia de la cerrazón individual; a pesar de gozar de una libertad de expresión sin precedente, estamos sujetos a los mecanismos de control más elaborados y efectivos de la historia; estamos permanentemente hipercomunicados y las distancias entre seres humanos extraños nunca han sido tan cortas y sin embargo vivimos en una acelerada espiral de deshumanización y supeditados a una máquina.