EL JUEGO DE LAS APARIENCIAS

Juan Carlos del Valle
Columnas
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En 2004 mostré mi trabajo en público por primera vez; fue una exposición titulada Al encuentro del tiempo, en el Palacio de Minería. En ese entonces aún no se había extendido el uso de las redes sociales, de manera que las invitaciones se imprimían en papel y se entregaban en mano o se enviaban por correo postal o se invitaba y se confirmaba la asistencia telefónicamente. En este contexto el número de personas que iba a la inauguración, y a la exhibición mientras duraba, era un parámetro cuantificable de su éxito, y la cobertura que hacían los medios tradicionales, como periódicos, radio y televisión, era indispensable para su difusión.

Tener una exposición individual en un museo no era solamente una línea más en el currículum, sino que se asumía como propósito posicionar y legitimar una trayectoria.

Sin embargo, varias decenas de exposiciones después —las cuales en su mayoría no fueron de carácter comercial y a su vez requirieron una gran inversión de tiempo, dinero y esfuerzo— me pregunto qué sentido tuvo todo aquello. Además de los catálogos impresos —cuando los hubo— y algunos valiosos testimonios de prensa, poco trascendió de esas exposiciones más allá de haber podido cumplir con uno de los objetivos esenciales de exponer, que es compartir la obra con otros seres humanos y, en el mejor de los casos, permanecer en su memoria.

Y es que algunos museos tenían la vocación explícita de consagrar y encaminar la carrera de los artistas que mostraran allí su trabajo. Con el tiempo se ha visto que esa misión casi no tuvo continuidad y que para muchos artistas exponer en recintos tan destacados como el Museo del Palacio de Bellas Artes o el Museo de Arte Moderno no ha significado el afianzamiento definitivo de su trayectoria, la consolidación de su mercado o el paso a plataformas de visibilidad internacional. Cabe entonces preguntarse sobre los mecanismos de legitimación y posicionamiento de un artista y la función que desempeñan las instituciones, así como su responsabilidad y alcance en ese sentido.

Legitimidad

La realidad es que hoy pareciera que tiene más poder legitimatorio un perfil con numerosos seguidores en redes sociales que un currículum repleto de exposiciones institucionales. El crecimiento exponencial del mundo digital ha acortado enormemente la distancia entre las imágenes y los millones de personas que las consumen diariamente. Sin necesidad de invitaciones impresas, complicados y costosos traslados de obra cuidadosamente embalada y asegurada o entrevistas por televisión, públicos de todo el mundo pueden conocer el trabajo de un artista en tiempo real; se ha potenciado su visibilidad, logrando que mostrar una obra de arte sea más simple, asequible y rápido de lo que había sido jamás en la historia, con resultados, en muchos casos, infinitamente más efectivos: máximo beneficio por mínimo costo.

Al mismo tiempo, la accesibilidad de las redes sociales es también su gran vulnerabilidad. Y es que están atestadas de tal cantidad indiscriminada de personas y contenidos, que el estruendo de lo banal ahoga a cualquier cosa interesante o significativa; todo ocupa el mismo espacio y adquiere el mismo valor, adopta las mismas formas diseñadas para el consumo rápido e inmediato y tiene la mismas posibilidades de destacar o pasar desapercibido. Así, artistas con importantes y largas trayectorias institucionales compiten en igualdad de circunstancias —y pierden— ante la actividad imparable de otros mucho más inexpertos o insustanciales pero más fotogénicos y populares.

La pandemia vino a hacer evidente lo que ya se intuía: que las redes sociales y la comunicación virtual mueven el mundo y que muchas estructuras que antes se pensaban indispensables, no lo son tanto. Aun así, es interesante observar cómo algunas de las galerías más exitosas del país siguen apostando por invertir en espacios físicos o cómo algunos artistas de moda han optado por no tener redes sociales.

Así entonces, ¿qué es lo que hace que un artista tenga legitimidad y que esa legitimidad se traduzca en una trayectoria consolidada, un foro de visibilidad y reconocimiento internacional y un mercado estable? ¿Es necesario acaso ser representado por una galería específica o exponer en un museo determinado? ¿O es que todo es un juego de apariencias? ¿Y por qué los artistas parecen más empeñados que otros profesionistas en alcanzar legitimidad a través de la fama o la aceptación y validación dentro de un canon? ¿Se trata de mero narcisismo o de la elemental necesidad de subsistir a partir de todo lo anterior? Se dice que el tiempo coloca todo en su justo lugar. Y sin embargo, ¿de qué sirve lograr la tan anhelada legitimidad póstumamente? Seguramente a Van Gogh no le importa estar colgado en los museos más importantes del mundo en 2022.