LO QUE NOS ENSEÑAN Y LO QUE NOS ENSEÑAN

Juan Carlos del Valle
Columnas
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Una de las primeras veces que recorrí un museo con mi mamá recuerdo que me contó que cuando ella era niña y la llevaban a visitar museos sus maestras le hacían taparse los ojos cada vez que pasaban delante de una pintura con algún desnudo. Mi encuentro más temprano con el cuerpo de una mujer desnuda fue accidental, siendo apenas un niño curioso que al hurgar en la guantera de un coche me encontré con una revista para adultos. Aún recuerdo la fascinación y el asombro que experimenté al ver esa maravilla que nunca antes había conocido. El placer duró poco y dio paso a la vergüenza cuando mi hermano me acusó de estar viendo cosas prohibidas. Se me iban los ojos al pasar delante de los puestos de periódicos y ver aquellas revistas estratégicamente colocadas detrás de un vidrio. Y es que esa es la dicotomía histórica del sexo y el propio cuerpo humano: atracción y prohibición, deseo y pecado, seducción y culpa.

Años más tarde, cuando estaba estudiando pintura, una parte importante de mi formación pasó por adquirir experiencia y comprensión tonal y atmosférica a partir de la interacción de la luz con la anatomía humana desnuda; del estudio de los cuerpos que la luz vestía o desnudaba. Algunos amigos míos constantemente me decían, con cierto morbo: “Cuando tengas sesión con modelo, invítame”. Sin embargo, más allá de la fantasía erótica de un espectador ajeno, dibujar un cuerpo desnudo requiere extrema concentración para resolver un problema pictórico ante la fugacidad de un instante en el cual una persona intenta mantenerse lo más quieta posible mientras la luz va cambiando.

Muchas de las obras más controversiales en la historia del arte a menudo han involucrado desnudos. Se conoce como la “Campaña de la hoja de parra” a uno de los actos de censura artística más significativos de la historia, cuando en el siglo XVI la Iglesia —paradójicamente gran promotora histórica de las artes— decretó la prohibición de toda representación de lascivia en las obras de arte, recurriendo al ocultamiento de innumerables genitales pintados y esculpidos valiéndose de paños de tela, follaje u hojas de parra e incluso a la castración de cientos de esculturas. Existe el rumor de que en algún lugar de El Vaticano aún siguen escondidas todas esas partes de mármol y yeso.

Condición

Cinco siglos después este conflicto sigue vigente. En 2018, para promocionar por toda Europa la celebración del año del modernismo vienés, la ciudad austriaca elaboró una serie de carteles protagonizados por los fantásticos desnudos descarnados de Egon Schiele. De manera similar a como ocurría en tiempos del propio artista los carteles fueron motivo de gran escándalo y calificados de pornográficos por las autoridades de ciudades supuestamente progresistas y liberales como Londres, Berlín y Hamburgo. Los desnudos fueron entonces ingeniosamente censurados por los organizadores de la campaña con un letrero que decía: “Perdón, 100 años de antigüedad pero sigue siendo demasiado atrevido para hoy”, acompañado del hashtag #ToArtItsFreedom, haciendo eco del lema modernista: “A cada tiempo su arte y al arte su libertad”. Los carteles también tuvieron que censurarse con pixeles borrosos para que pudieran circular en redes sociales, las cuales prohíben la publicación de imágenes de desnudos —aunque sean artísticas.

En este sentido causó revuelo la reciente censura que hizo una red social del cartel de la última película de Pedro Almodóvar que, por mostrar un pezón femenino con una gota de leche, violó las normas de desnudez de una plataforma cuyos mecanismos y algoritmos no tienen capacidad de discernimiento. Todo este puritanismo visual se contrapone a la masiva cantidad de pornografía extremadamente accesible que hay en internet y a la omnipresencia del sexo —a veces subliminal y otras directa— en las campañas publicitarias, la prensa, la televisión y, desde luego, en las redes sociales.

Crecemos en un mundo saturado de sexualidad, en eterna tensión con el silencio, la repulsión, la culpa, la ignorancia y el miedo en torno de ella; estamos rotos en nuestra naturaleza simultáneamente animal, humana y divina, en la discordancia de habitar un cuerpo naturalmente erótico y no saber o poder explorarlo en toda su dimensión, permanentemente restringidos por prohibiciones, dogmas y tabúes. ¿Cómo resolver la separación entre lo que nos enseñan y lo que nos enseñan? Esa conciliación es posible en el espacio del arte, pues si en la moral, en la política y en la ley la ambigüedad resulta conflictiva y peligrosa, en el arte es condición necesaria, delirante y de libertad.