SER HUMANO ANTES QUE ARTISTA

“Suele suceder que vocaciones genuinas se manipulan”.

Juan Carlos del Valle
Columnas
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Nunca antes en la historia había habido tantos artistas. Es cierto que este fenómeno tiene que ver con los números poblacionales, con la definición cada vez más elástica de lo que significa ser artista y también con un sistema educativo mundial que produce una cantidad sin precedentes de egresados de carreras de arte.

Actualmente la educación artística se adapta a los cánones, valores y ritmos del mundo moderno. La pintura y el dibujo, por ejemplo, si es que se enseñan, se hace a la manera y tiempos de cualquier otra licenciatura: en un lapso demasiado breve, con maestros que a menudo no saben dibujar o pintar puesto que a su vez tampoco recibieron la formación adecuada e imparten conocimientos generales detrás de un escritorio, aproximándose más desde la palabra que desde la práctica.

Los programas de estudio tampoco suelen preparar a los alumnos para la voracidad del mercado, un mal necesario que domina la escena del arte y permite que los artistas tengan un sustento.

Hay entonces miles de artistas que no adquirieron en la escuela la estructura, las herramientas o las habilidades suficientes para vivir de una profesión que ya de por sí ha de lidiar con un contexto particularmente complicado: nadie busca emplear pintores, las plazas para comisiones públicas o privadas son escasas, las galerías no tienen capacidad o interés suficiente para promover a tantos artistas, tampoco hay los bastantes coleccionistas para sostenerlos ni los museos tienen voluntad o presupuesto para exhibirlos o adquirirlos. Y no solo la competencia entre tantos colegas luchando por tener un lugar es feroz, sino que los artistas ahora han de competir también con las numerosas innovaciones digitales, tales como las inteligencias artificiales, capaces de producir imágenes atractivas, inmediatas y baratas, en un mundo de sobra saturado de estímulos visuales.

Propósito

Al mismo tiempo, las universidades son un lugar inevitable de adoctrinamiento desde donde se transmiten y perpetúan nociones respecto a qué es arte y qué no lo es, qué es aceptable o inaceptable, a qué se le da valor y qué es insignificante. Por ejemplo, las escuelas han sido un cómplice vital de un sistema que ha declarado en repetidas ocasiones la muerte de la pintura. Se sabe también que, así como los maestros no necesariamente están ahí gracias a su capacidad, experiencia o vocación, tampoco los mejores alumnos son quienes más tarde destacan en el mundo profesional. Suele suceder que vocaciones genuinas se manipulan y se desmotivan como consecuencia de ese adoctrinamiento, inhibiendo —en vez de fomentar— el pensamiento libre, crítico y articulado.

Pareciera que el principal beneficio de haber asistido a una universidad no es entonces la calidad de la instrucción recibida sino los vínculos forjados con otros colegas y profesionales del medio, los cuales más adelante pueden traducirse en oportunidades laborales. También sucede, en algunos contextos geográficos y en ciertas universidades prestigiosas, que galerías igualmente reconocidas seleccionan a unos pocos alumnos prometedores para después representarlos. Sin embargo, las evidentes carencias de la educación impartida (acentuadas durante la pandemia), la gran inversión que implica asistir a algunas de estas escuelas o bien el alto costo de producir arte, así como la dificultad que enfrentan la mayoría de los graduados para encontrar trabajo, hace que sea imperativo cuestionar la función, vigencia y utilidad de este sistema educativo en nuestros días. La garantía de una buena instrucción y la consecuente legitimidad, acreditación y sustento que obtenían los alumnos de las academias de arte del pasado ya no tiene vigencia.

Así, entonces, cabe preguntarse cuál es el propósito de las escuelas de arte si no es el de formar artistas profesionales, críticos y autosuficientes; o más aún, seres humanos conscientes. Tengo la certeza de que si esta vida tiene algún sentido es el de aprender y mejorar constantemente; incluso los mejores maestros, los más experimentados, siguen siendo siempre estudiantes. Creer que se conoce todo, que no hay nada más que aprender, es renunciar a seguir creciendo, en cualquier ámbito de la vida. En este tiempo cambiante no debemos asumir nada como una verdad definitiva y es esencial pensar por uno mismo, cuestionar y cuestionarse, y hacer aquello en lo que verdaderamente se cree. En el estudiante siempre está la posibilidad de cambiar el rumbo, de hacer una diferencia y de construir un mejor presente.