UN MUNDO DIFERENTE

La frivolidad permea las dinámicas del aparato artístico.

Juan Carlos del Valle
Columnas
del-valle (2).jpg

Algo anda mal y no sé cuándo empezó ni cómo detenerlo. Es un malestar global, expansivo y opresivo. Se manifiesta constantemente en lo individual y en lo colectivo y se hace presente a través de complejidades y particularidades propias de cada región del mundo. Para hablar en términos que se han vuelto habituales, es como un único virus que provoca síntomas diversos según el organismo de quien contagia. Y la enfermedad se llama miedo.

El sistema del arte es una de sus presas y la prueba está en que su eje rector no es el arte sino el ego y los antivalores que se desprenden desde ahí. La frivolidad permea las dinámicas del aparato artístico y se revela en las aspiraciones de status, apariencias, relaciones de poder y dinero; en los artistas adictos a las caricias tramposas de los halagos, los aplausos y la popularidad; en la intelectualización excesiva que justifica el trabajo de mala calidad e impone discursos huecos, caducos y manipuladores que pasan por la tergiversación del concepto mismo de arte, siempre al servicio del mercado; en la sustitución de la obra por mercadotecnia y en el culto consecuente a la provocación, el escándalo y la insolencia; en la inconciencia medioambiental, el elitismo y las incongruencias del supuesto “artivismo”; en la implantación de la adulación, la mentira y el espectáculo como norma.

Recientemente una de las casas de subastas más grandes del mundo dio a conocer un producto digital que rastrea y califica a los artistas en función de la intensidad de su presencia en los medios y comunica este ranking a los coleccionistas. Así, mientras más popular es el artista y mayor número de encabezados haya logrado en la prensa, más posibilidades tiene de atraer la atención del mercado y más altos serán los precios de su obra, lo que a su vez consolida e incrementa su fuerza mediática, articulándose un círculo vicioso que valida —por las razones incorrectas— a quienes ya de por sí son fuertes y aísla cada vez más a los invisibles.

Implicaciones

Es por eso que los artistas viven autocensurados, haciendo lo que sea necesario para pertenecer a un sistema para el cual son meras herramientas. El alma del arte se muere cuando hacen, dicen, sienten y piensan desde un lugar de miedo. Compiten ferozmente por la mirada del público, por unos segundos de su atención en un mundo atestado de estímulos que se despliegan incesantemente en pequeñas pantallas. Pero esa mirada ya está totalmente acaparada, condicionada y controlada en beneficio de empresas multimillonarias que lucran sistemáticamente con ello.

Es desesperanzador y decepcionante ser testigo de presuntos movimientos de regeneración nacional que llegaron al poder bajo promesas de justicia e igualdad pero resultan ser más de lo mismo. Sigue siendo el juego de dar más poder al poder, perpetuando la simulación, la indiferencia, el paternalismo y los amiguismos; promotores de proyectos culturales sin sentido financiero, social o ecológico cuyo único logro es precarizar y centralizar aún más al sector y reforzar el poder económico e ideológico que ostentan los de siempre, fortaleciendo aquello mismo que juraron erradicar y apuntalando, otra vez, un régimen excluyente y exclusivo, disfrazado de transformación.

La llegada de la pandemia desencadenó consecuencias de cuyas implicaciones aún no somos plenamente conscientes. En el mundo del arte derivó en la parálisis repentina de los pilares institucionales que lo sostenían: los museos, las galerías, las escuelas, las ferias de arte y las bienales se cerraron y cancelaron y al día de hoy todavía no hay claridad respecto de las condiciones de su reapertura y normalización. Esta pausa inesperada parecía en principio una oportunidad única para revaluar y empezar de nuevo; dar espacio para el pensamiento libre, la reflexión y el análisis; para el surgimiento de un espíritu desobediente.

El sistema de miedo necesita caducar, pero ¿es posible un cambio ante el permanente bombardeo de sus efectos, que nos acercan más a la mentira que a la verdad y nos alejan completamente del encuentro con uno mismo y con el otro? ¿Dónde están las voces, las guías de nuestro tiempo? ¿Dónde están las nuevas preguntas? ¿Dónde está el arte? ¿Sigue siendo relevante hablar de su poder transformador? La esperanza está en el sentido crítico inquebrantable que se origina en la creencia de que podemos hacerlo mejor; se encuentra en el hartazgo frente a la injusticia, en el deseo visceral de un mundo diferente.