Reforma educativa y procesos políticos

Juan Gabriel Valencia
Columnas
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Aulas en Oaxaca
Foto: Cuartoscuro

Toda afirmación de que la política y la acción gubernamental son un proceso conlleva una obviedad ineludible y una trampa. La obviedad es que ante la política y la acción gubernamental no solo estamos ante una cadena de eventos que no pueden ser evaluados cada uno en su aislamiento del resto de los que le preceden y le siguen. Se trata de un conjunto que como tal debe ser abordado y operado. No hay episodios fundacionales ni ceremonias de clausura. Son líneas de hechos en el tiempo que en su progresión conforman una realidad diferente.

No puede verse de otra forma la reforma educativa apenas emprendida a partir de diciembre de 2012. Cabe el apenas porque sus objetivos de mediano plazo suponen la revisión de un modelo educativo seguido por más de 70 años. O si se quiere decir de manera más drástica, implica la revisión de 70 años de ausencia de un modelo educativo.

Se empezó por lo básico de una empresa humana: ¿quién manda aquí? Al respecto todavía hay autoridades con dudas. ¿Cuáles son las reglas mínimas de desempeño para todos los actores participantes en la tarea constitucionalmente obligatoria de educar a los niños y adolescentes de este país?

Poco a poco las dudas se han ido disipando, empeño en el que la Suprema Corte de Justicia de la Nación (SCJN) ha jugado un papel fundamental. Queda claro que la primera obligación de todos es con los educandos y que el ausentismo del trabajo por más de tres días con el pretexto de una lucha social que solo existe en la cabeza de una minoría, es justificación plena conforme a derecho de despido.

Se puntualizan y aclaran las nuevas reglas, se localiza cada vez más el fenómeno de inconformidad en un número reducido de regiones y la opinión pública, no sin cierta timidez, reprueba las resistencias y convalida el impulso gubernamental.

Pero esto es apenas el principio de un larguísimo camino. Establecidas las reglas del juego y hasta que se asegure su observancia laboral y gremial, queda por delante la elaboración y el asentimiento de todas las partes sobre la esencia de la reforma educativa en sus dos vertientes: los contenidos a enseñar y los métodos de enseñanza.

Ingrediente

Se puede anticipar, por desgracia, que el ejercicio de deliberación para conseguir esas metas será una verdadera cena de negros. Tendrá que modificarse la educación que el Estado imparte a los maestros que el propio Estado forme para que estos, a su vez, se conviertan en la correa de transmisión de la revolución del conocimiento a la que aspiran la mayor parte de las familias mexicanas y sin la cual México seguirá siendo un país en la periferia de la prosperidad económica mundial.

El trecho por recorrer no se hace en unos días y ni siquiera estará arrojando preliminares resultados al término de este sexenio.

La realización normal de clases en las escuelas no es sinónimo de enseñanza y mucho menos de pertinencia en el aprendizaje. Es condición necesaria pero absolutamente insuficiente.

Por eso es imperativo que las autoridades educativas y la opinión pública eviten la trampa implícita en la idea de que la reforma educativa es un proceso cuyas etapas y fines se pueden posponer porque, por definición, es un trayecto a plazo indefinido.

No, la reforma educativa debe contener un ingrediente de prisa, urgencia social y prioridad nacional del desarrollo. Inadmisibles serán las demoras y las autocomplacencias.