MÉXICO Y LA URSS: ¿ORIGEN ES DESTINO?

“No tenía las bases adecuadas para hacer florecer una democracia liberal”.

Juan Pablo Delgado
Columnas
MÉXICO Y LA URSS

La muerte de la Reina Isabel II vino a poner el último clavo en el ataúd del siglo XX; el penúltimo —si no llevan la cuenta— lo había puesto Mijail Gorbachov cuando murió a finales de agosto. Visto de lejos, el deceso de ambos mandatarios marca el final de dos regímenes que dominaron gran parte del mundo durante los últimos 100 años: el comunismo internacional y el imperialismo británico.

Ríos de tinta se han escrito ya sobre Isabel II: sobre las rabietas del nuevo rey, sobre la supervivencia de la monarquía, sobre el futuro del Reino Unido… Pero una reflexión más jugosa nos ofrece el deceso de Gorbachov, quien a pesar de recibir decenas de obituarios no obtuvo toda la atención necesaria porque la Reina Chabela lo alcanzó en el más allá apenas ocho días después.

En concreto me llama la atención el tema de las oportunidades históricas perdidas. En el caso soviético —quizá por idealismo, quizá por ineptitud— Gorvachov buscó liberalizar el sistema político de su imperio comunista y terminó por causar su implosión. Lo que siguió fue una década turbulenta que sacudió la política de la Federación Rusa y destruyó su economía.

Dentro de este caos que marcó a la década de 1990 pudimos ver el nacimiento, crecimiento y muerte del proceso democratizador en Rusia, el cual concluyó finalmente con el auge de Vladimir Putin, un autócrata que mantiene un control férreo del poder 22 años después.

Oportunidades

Toda proporción guardada, creo que existe un paralelismo con México. Habiendo pasado también 70 años de dictadura (distinta a las siete décadas de autoritarismo soviético, sin duda), aquí en México iniciamos nuestra transición democrática justo cuando Putin ascendía al poder. Muy similar al caso ruso, las ilusiones democráticas para México también fueron desbordadas.

Pero también similar al destino de Rusia, aquí nuestros políticos igualmente malbarataron esta oportunidad histórica. Rápidamente caímos en cuenta que la democracia no era ninguna panacea, sino un proceso caótico al que no estábamos acostumbrados. Los poderes arcaicos (mafias, sindicatos, etcétera) seguían paralizando al país; los partidos políticos se volvieron una clase oligárquica y repartieron el poder entre ellos; el crimen organizado arrasó con miles de vidas y comercios. Y así, a 22 años de la transición democrática, México vuelve gradualmente a su origen centralista y autoritario.

¿Qué fue lo que ocurrió? Más allá de la ineptitud política que caracterizó a esta etapa democrática, todo parece indicar que nuestra sociedad —al igual que la rusa— simplemente no tenía las bases culturales adecuadas para hacer florecer una democracia liberal.

Cuando se le pregunta hoy a los mexicanos sobre este tema parece que transitamos por un momento esquizofrénico. De acuerdo con la Encuesta Nacional de Cultura Cívica del INEGI (2020) los mexicanos en su mayoría (65.2%) prefieren un gobierno democrático por encima de cualquier otro. Sin embargo, 31% considera que un gobierno no democrático puede ser mejor o que simplemente les “da lo mismo”.

A esto sumemos que 77.5% acepta un gobierno “encabezado por un líder político fuerte” (¿tipo Putin?) y 40.1% aceptaría vivir bajo un régimen encabezado por militares… ¡40 por ciento!

Esto deja en claro que la cultura democrática no logró permear en estas dos décadas. De hecho, solo 73.4% de los mexicanos dice saber qué significa la democracia… ¡En pleno siglo XXI! También deja en claro que ante la falta de prosperidad y soluciones la población regresa a lo que conoce: a un poder centralizado y protector que ponga orden.

Al final, México y Rusia se vuelven hermanos de un mismo padecimiento: para ciertos países, origen es destino. Solo queda preguntarnos si la Historia nos ofrecerá una segunda oportunidad para democratizar y liberalizar a nuestras sociedades.