“LA ANOMALÍA QUE NUNCA LO FUE”

“Con la globalización la era de las grandes ideologías ha terminado”.

Lucy Bravo
Columnas
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Si la elección presidencial de 2016 en Estados Unidos fue un parteaguas en el mundo entero, la de 2024 será el primer pilar de una nueva era para la forma de hacer política.

Digamos que con el regreso de Donald Trump 2.0 a la boleta, todas aquellas teorías y voces que aún intentan descifrar el fenómeno de su éxito sabrán que nunca entendieron nada.

Ríos de tinta se han desbordado para explicar la llegada del republicano a la Casa Blanca bajo una lógica disruptiva, una anomalía en el sistema que se autocorregiría o un mensaje reaccionario para que las élites despertaran. Pero eso claramente no ha sido el caso.

La permanencia de Trump en el tablero de juego responde a una realidad mucho más compleja que se observa en el mundo entero. Y esa es que el sistema político, económico y social actual simplemente no funciona cómo debería. Las señales están ahí y las vemos todos los días. No se trata de culpar de todos los males al modelo neoliberal o a la democracia, sino de aceptar que el orden mundial que se creó tras la Segunda Guerra Mundial no contaba con una cosa: las redes sociales.

Para ubicar la raíz del problema debemos entender que en el corazón mismo de la democracia hay una contradicción que no se puede resolver: debe existir la libre comunicación de ideas, pero esa misma característica abre a las democracias a las fuerzas del caos, la fragmentación y la demagogia que las socavan.

Históricamente esta paradoja se vuelve particularmente profunda durante las transiciones entre diferentes tecnologías de comunicación. Una y otra vez hemos visto cómo los medios evolucionan más rápido que la política, lo que resulta en inestabilidad democrática.

Principio

Y si la televisión cambió la manera de hacer política, las redes sociales aún más. En el reinado de la televisión un líder debía cumplir con ciertas características: ser agradable, elocuente y confiable, mientras que en la era de Twitter, Facebook y TikTok muchos han entendido que es tan valioso ser odiado como amado. Y Trump es de aquellos pocos que pertenecen a ambos mundos. Cuanto más accesibles sean los medios de comunicación de una sociedad más susceptible será esa sociedad a la demagogia, la distracción y el espectáculo.

Debemos pensar en la democracia menos como un tipo de gobierno y más como una cultura comunicativa abierta. Y sí, también debemos aceptar que las democracias pueden ser liberales o antiliberales, populistas o con base en el consenso. Esos son los resultados potenciales que surgen precisamente de esta cultura abierta. Sin embargo, nadie nos preparó para el vertiginoso ritmo en que las Tecnologías de la Información están cambiando.

Con la globalización la era de las grandes ideologías ha terminado, porque a pesar de que vivimos en sociedades hiperconectadas estamos cada vez más aislados. No hablo solo de los famosos algoritmos, sino que vivimos en una época en la que los “parámetros establecidos” evolucionan a un mayor ritmo que las instituciones, creando incertidumbre y vacíos ideológicos. Resulta prácticamente imposible definir valores que ofrezcan claridad y satisfacción para la mayoría. Y muchos menos las grandes retóricas del sentido de comunidad nacional y soberanía que veíamos en el siglo pasado.

Es precisamente ese vacío el que lleva a muchos a buscar un sentido de pertenencia. No es que crean que Trump es la respuesta a todos sus problemas, sino que él supo utilizar esa polarización a través del populismo hasta convertirla en la posverdad de un movimiento. Vivimos en la era del “nadie sabe cuál es la verdad, salvo en un aspecto: los otros son siempre los malos” y por eso el republicano que amenaza con volver a la Casa Blanca nunca fue el fin en sí mismo, sino solo el principio de un nuevo mundo.

Lexema Hannah Arendt escribió hace más de medio siglo que “lo que prepara a los hombres para la dominación totalitaria en el mundo no totalitario es la soledad”. Y definitivamente no hay nada más solitario que pasar ocho horas al día frente a una pantalla mientras el mundo sigue girando a nuestro alrededor.