LA ENCRUCIJADA ROSA

“La realidad pondrá a prueba a los nuevos liderazgos”.

Lucy Bravo
Columnas
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Después de lo que parecía ser el inicio de una nueva era, la llamada “marea rosa” de América Latina de repente parece llegar a su primera encrucijada: solo en la última semana vimos un intento de golpe de Estado en Perú que terminó con la detención del hoy expresidente Pedro Castillo y, por separado, un veredicto lapidario para la figura que ha dominado la escena política de Argentina durante décadas: a la vicepresidenta Cristina Fernández de Kirchner se le condenó a seis años de cárcel e inhabilitación perpetua para ejercer cargos públicos por defraudación al Estado.

Y aunque Fernández no irá a la cárcel porque tiene fuero como vicepresidenta, su debacle nos muestra que la nueva ola de la izquierda en la región no es tan resistente como parece.

A pesar de representar únicamente 8% de la población mundial, América Latina sufrieron más de 40% de todas las muertes por Covid-19. Con escasos recursos gubernamentales para ayudar a las personas y las empresas a sobrevivir al colapso económico durante el primer año de la pandemia, los países de la región experimentaron su mayor contracción económica en más de un siglo. Después llegaron los choques de la guerra de Rusia en Ucrania y una crisis de inflación mundial, a lo que los votantes respondieron con un viraje hacia la izquierda.

Con el regreso de Luiz Inácio Lula da Silva a la presidencia de Brasil después de su estrecha victoria sobre Jair Bolsonaro en las elecciones del 30 de octubre, la mayoría de los países latinoamericanos será liderada por la izquierda.

La tendencia, descrita como una nueva “marea rosa” por los medios, inspiró alegría entre los progresistas en todo el mundo. Pero estos recientes tropiezos podrían ser apenas la primera fisura grave en la ya dividida izquierda latinoamericana.

Volatilidad política

Esta no es la primera vez que líderes de centro-izquierda llegan al poder en gran parte de América Latina. Pero sí es la primera ocasión en que llegan sin la bonanza de los precios de las materias primas que permitieron a otros líderes expandir los programas sociales. Hoy las expectativas son aún más altas. En la región más desigual del mundo, junto con el África subsahariana, los votantes apuestan por un regreso de aquellos años gloriosos. Sin embargo, la realidad pondrá a prueba a todos estos nuevos liderazgos, sobre todo tomando en cuenta que el número de personas en pobreza extrema aumentó en cinco millones de 2020 a 2021, para situarse en 86 millones de personas.

Pero contrario a lo que diría Bill Clinton, no solo es la economía. A este panorama debemos sumar una lista de gobiernos que tropiezan de crisis en crisis. El presidente peruano, Pedro Castillo, fue destituido por los legisladores después de intentar disolver al Congreso antes de una votación sobre su juicio político.

Castillo —quien el año pasado salió del virtual anonimato para vencer a Keiko Fujimori, una política de carrera de derecha cuyo padre, el expresidente Alberto Fujimori, gobernó con puño de hierro— se convirtió en el más reciente capítulo de presidencias fallidas en ese país: desde 2016 Perú, considerado el segundo productor de cobre del mundo y durante años una de las economías de más rápido crecimiento de América Latina, ha tenido seis presidentes, de los que ninguno terminó su mandato.

No es que la derecha esté en mejor forma. Simplemente es una muestra más de la gran volatilidad política que se avecina tras la pandemia y años de negligencia social que ahora se verán agravados por promesas populistas incumplidas.