QUEMAR EL PETRÓLEO

Simplemente no hay dónde almacenar todo lo que se produce.

Lucy Bravo
Columnas
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Hace poco más de un siglo, en medio de la pandemia de la gripe española, el mayor economista de su generación cayó enfermo. John Maynard Keynes estaba en París, asistiendo a la conferencia de paz que finalmente resultaría en el Tratado de Versalles, con el cual se puso fin a la Primera Guerra Mundial. No se sabe a ciencia cierta si Keynes contrajo la enfermedad, pero permaneció postrado durante casi una semana.

Poco después de su recuperación regresó a Gran Bretaña y escribió el libro que lo llevaría a la fama: las consecuencias económicas de la paz. No solo anticipó la hiperinflación sino que advirtió que una Alemania humillada y empobrecida seguiría siendo una grave amenaza para el mundo. El resto es historia. Hoy, como en 1919, corremos el riesgo de que la impaciencia y la buena voluntad nos lleven a la catástrofe.

Gran parte de la economía mundial está detenida por la pandemia de Covid-19. Para compensar este shock y evitar una espiral descendente aún más dramática de la demanda, algunos bancos centrales y ministerios de Finanzas del mundo inyectan más “liquidez”, es decir, dinero para todos, que lo que se hizo durante la crisis financiera de 2008-2009.

Sin embargo el mundo ha cambiado y el orden económico debe cambiar con él. Este es un hecho que debemos aceptar y ni siquiera el mayor derroche monetario y fiscal podrá evitarlo. Hasta cierto punto los ingredientes de este cambio de modelo ya están en marcha, incluso en el corazón mismo del capitalismo neoliberal.

Opciones

El 20 de abril el precio del petróleo West West Intermediate cayó en terreno negativo por primera vez en la historia, llegando a -37.63 dólares por barril. Esto se debe a que el mercado mundial del petróleo se ha visto afectado por una sobreoferta sin precedente: simplemente no hay dónde almacenar todo lo que se produce. Y con ello se han puesto al descubierto todas las vulnerabilidades estructurales que hemos ignorado durante décadas de nuestro sistema de energía con base en hidrocarburos y la civilización industrial.

¿Estamos ante el principio del fin de la era del petróleo? Ojalá ese fuera el caso, pero no olvidemos que hasta Keynes cayó en oídos sordos. Si bien cada vez más expertos llaman a una transformación completa de nuestro paradigma económico, las perspectivas de que esto suceda son, hasta ahora, bastante sombrías.

Hoy los petroleros tienen dos opciones: seguir bombeando y que el precio se desplome aún más, lo que obligaría a la industria a pagar por arriba del precio de mercado solo para almacenar el petróleo. Esta dinámica podría desencadenar una serie de incumplimientos de deuda y quiebras en toda la industria. La otra alternativa es dejar de bombear. El problema es que un pozo de petróleo no se puede abrir o cerrar como un grifo, debido a que son depósitos orgánicos que necesitan presión para extraer y un cierre prolongado conlleva un daño masivo a las reservas, demasiado costoso de reparar. Paradójicamente pronto será más rentable para las empresas quemar el petróleo producido en lugar de cerrar los pozos.

En cualquier escenario para cuando el mundo comience a recuperarse de la crisis de Covid-19 la industria petrolera lucirá irreconocible. La respuesta está frente a nosotros: no solo necesitamos cambiar rápidamente a un nuevo sistema de energía renovable sino que también debemos reconocer que hacerlo significará el fin del paradigma del “crecimiento económico a cualquier precio” que, en muchos sentidos, nos condujo a esta pandemia.

Lexema La palabra “resiliencia” tiene una larga historia repleta de diversos significados que van desde del verbo en latín “resiliere” (rebotar, tomar impulso) hasta la capacidad humana de recuperarse de situaciones límite. Pero hasta Keynes advirtió que los costos de la transformación posconflicto pueden ser demasiado caros.