ANGLOS CONTRA EL FANDANGO

“Estereotipos raciales y de género”.

Estereotipos raciales
Columnas
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En el siglo XIX el fandango se podía encontrar en gran parte del territorio mexicano. Nacido en tiempos virreinales, el baile apasionado terminó pasando por distintas capas de la sociedad mexicana hasta convertirse en una expresión popular, sobre todo entre los sectores bajos.

Como sintetiza Ricardo Pérez Montfort en uno de sus ensayos en Estampas del nacionalismo popular mexicano (1994): “Los fandangos fueron la fiesta popular por excelencia durante gran parte del siglo XIX. A ellos acudían los clásicos tipos populares: la china y el chinaco (en la primera mitad del siglo) o el charro (después de los ochenta)”.

Su popularidad, en sus variantes de montón o de pareja, no pasó desapercibida para la mirada extranjera, especialmente la de hombres blancos angloparlantes, quienes observaron las fiestas mexicanas con una mezcla de fascinación y repudio. Los movimientos, en particular los ejecutados por mujeres, se interpretaron como provocadores y se leyeron como signos de una moral defectiva, producto de una sociedad atrasada.

Así lo ilustraba un viajero anglo que en 1841 escribió en el periódico San Luis Advocate de Texas: “El célebre fandango es una fiesta nacional en cuyas celebraciones participan todas las clases, desde el padre aristocrático hasta el pelado común. Pero, ciertamente, no hay costumbres más desmoralizadoras que las prácticas de esta institución nacional del baile, introducida evidentemente en México por los españoles y establecida y fomentada por un clero impío (…) Puedo decir con verdad que en México más mujeres inocentes han sido llevadas del fandango al deshonor y la ruina, que del altar a hogares virtuosos”.

Para quienes comulgaban con la ideología del progreso decimonónico, el fandango quedó ligado al “atraso” hispánico y a una supuesta desviación del “buen” comportamiento femenino.

Discurso

El historiador Arnoldo de León apunta en su obra They Called Them Greasers: Anglo Attitudes toward Mexicans in Texas, 1821–1900 (1983) que entre los colonos angloamericanos asentados en Texas el fandango fue observado con abierta molestia y, muy pronto, etiquetado como práctica inmoral e incivilizada por su aparente sugerencia sexual. El baile no generó esos prejuicios: los confirmó en sus imaginarios.

De León subraya que, en particular, la danza femenina activaba sentimientos que mezclaban fascinación, erotismo, provocación y, simultáneamente, prueba de una moral defectuosa, que reforzaba estereotipos raciales y de género preexistentes. Así, el placer de mirar se recubría con el discurso del orden y la decencia.

Eventualmente, con el paso de las décadas, el fandango dejó de atraer el interés de los observadores. Cabe recalcar que el desagrado hacia dicho baile no solo provino de la mirada extranjera, pues las clases altas mexicanas también lo asociaron con prejuicios similares en la medida en que se obraba más por la civilidad en el México moderno.

El caso del fandango resulta interesante porque evidencia cómo un baile puede suscitar sentimientos, positivos y negativos, propios de la mirada desde la que se juzgan las prácticas culturales, volviéndolas dispositivos para definir la otredad.

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