Argentina llegó a la parte más difícil de cualquier estabilización: pasar del shock a la administración cotidiana. Los datos recientes permiten una lectura sobria. En septiembre el IPC subió 2.1% mensual y quedó en 31.8% interanual: niveles aún altos, pero compatibles con una trayectoria descendente que parecía impensable hace un año.
En el detalle, “vivienda, agua y energía” lideró el mes por ajustes de alquileres y tarifas, un recordatorio de que la desinflación también exige sincerar precios relativos. El avance técnico existe, sin fuegos artificiales.
El proceso, sin embargo, no es lineal. La actividad perdió velocidad en el tercer trimestre: un sondeo privado anticipa que el Estimador Mensual de Actividad Económica creció 2.5% en agosto; segunda desaceleración consecutiva tras 6.1% de junio.
La medicina antiinflacionaria —tasas altas, ancla cambiaria y prudencia monetaria— enfría el crédito y la demanda. Es el costo clásico del desarme: cuanto más rápido se baja la inercia de precios, más fino debe ser el pulso para no estrangular el rebote.
¿Qué dice el tablero social? Una señal mixta. INDEC reportó que la pobreza urbana cayó a 31.6% en el 1S-2025 (-6.5 puntos vs. 2S-2024). Es una buena noticia en un país que lidió con picos de inflación y caída del salario real, pero está lejos de significar “problema resuelto”: todavía implica más de 14 millones de personas por debajo de la línea. La política se juega en ese margen: si los hogares perciben mejora sostenida, el programa gana aire; si la recuperación se fatiga, vuelve la tentación de atajos.
La otra ancla es cambiaria. El esquema de crawling peg (devaluación preanunciada de ≈2% mensual) aporta previsibilidad y ayuda a alinear expectativas, pero con una condición: que no atrase el tipo de cambio real. Si la inflación corre varios meses por encima de ese 2% el incentivo a “cazar” dólares reaparece y la desinflación se contamina. La credibilidad del ancla depende de disciplina fiscal/monetaria y de una hoja de ruta clara para normalizar controles y recomponer reservas.
Lecciones útiles
El FMI ve en 2025 un año de crecimiento moderado y desinflación en marcha. Sus láminas de octubre colocan a Argentina con +4.5% de PIB real en el año y un nivel de precios promedio todavía alto (herencia estadística de arranque), pero convergente a la baja. No es un pronóstico exuberante; es un escenario base que asume continuidad del programa y mejora paulatina de la confianza. Cualquier atajo electoral, giro discrecional o choque externo (commodities, clima, geopolítica) puede mover esas líneas.
La gobernabilidad es el verdadero “precio relativo”. Consolidar la desinflación implica reglas que sobrevivan el calendario: metas fiscales cumplibles, coordinación nación-provincias para ordenar cuentas y transferencias, tarifas con senderos explícitos y redes de contención focalizadas. El dilema no es ideológico: sin presupuesto creíble, el banco central termina supliendo política con pesos; sin coordinación, las provincias deshacen lo que la nación logra; sin foco, el gasto social se vuelve espuma. La experiencia regional enseña que los programas que duran son los que explican y miden (públicamente) sus avances.
Mirado desde México y la región, el caso argentino ofrece lecciones útiles. Una: no hay milagros, hay secuencias. Primero se baja la nominalidad, luego se normaliza el mercado cambiario, después se liberaliza el crédito. Dos: la comunicación importa; explicar cada paso, con métricas y plazos, reduce el ruido y la ansiedad de los agentes. Tres: la política industrial no puede contradecir a la macro; subsidiar tarifas al mismo tiempo que se busca anclar precios es patear el tablero. Con estas acciones se podría tomar ejemplo sin predisposición por meras filias ideológicas.
¿Dónde está la oportunidad? En sostener lo que ya empezó a ocurrir: inflación mensual en torno de 2%, salarios que le ganan por poco a los precios y una pobreza que cede a ritmos prudentes. ¿El riesgo? Confundir un punto de inflexión con llegada a puerto. La estabilización no es épica: es paciencia, oficio y consistencia. Argentina puede atravesar 2025 con un nuevo piso si la política no le exige a la economía lo que la economía todavía no puede dar. El resto —las narrativas que buscan “victoria” inmediata o “fracaso” inminente— conviene dejarlo fuera del índice. La estadística, por ahora, habla mejor que los slogans.

