A la mesa y a la cama una sola vez se llama.
En el corazón del Castillo de Chapultepec una de las piezas más emblemáticas y misteriosas que se conserva es la majestuosa cama de Maximiliano de Habsburgo y su esposa Carlota de Bélgica.
Más que un simple mueble, esta cama es símbolo de un imperio efímero, de ilusiones imperiales truncadas y de una tragedia que marcó para siempre la historia de México.
La cama fue traída desde Europa a mediados del siglo XIX, durante el breve pero intenso Segundo Imperio Mexicano (1864–1867). Maximiliano, archiduque de Austria, fue invitado por conservadores mexicanos a convertirse en emperador con el apoyo del emperador francés Napoleón III.
Su esposa, Carlota, hija del rey Leopoldo I de Bélgica, lo acompañó con entusiasmo, convencida de que estaban destinados a modernizar y civilizar a México bajo una monarquía ilustrada.
Una vez instalada en el Castillo de Chapultepec —remodelado especialmente para alojar a la nueva familia imperial— la pareja mandó traer mobiliario europeo para recrear un ambiente palaciego similar al de Viena o Bruselas. Entre estas piezas se encontraba la cama imperial: una estructura monumental tallada en maderas finas, con cortinajes de terciopelo rojo y detalles dorados, típica del estilo neoclásico del siglo XIX.
La cama era lo suficientemente amplia como para alojar a la pareja y su diseño reflejaba tanto la estética europea como la pretensión de instaurar en México una corte digna de la realeza europea.
Se decía que la cama estaba orientada hacia el oriente para que Maximiliano pudiera ver salir el sol sobre la Ciudad de México cada mañana. Este gesto evocaba la simbología solar de los emperadores romanos y mostraba su deseo de ser un gobernante iluminado, un monarca moderno que despertaba con el país en sus ojos. También se especula que el emperador la eligió por razones de superstición y numerología, pues atribuía a ciertas alineaciones astrales una influencia sobre su destino imperial.
Atrapados
Pero la historia de esta cama no es solo de lujo y romanticismo. También fue testigo de la desilusión, el aislamiento y la locura. El imperio de Maximiliano nunca logró consolidarse. A pesar de sus buenas intenciones —como abolir el trabajo forzado de los indígenas o impulsar la educación— Maximiliano fue incapaz de pacificar al país, sumido en una guerra civil entre republicanos y conservadores. Carlota, inicialmente entusiasta y activa, pronto empezó a percibir el rechazo de muchos sectores hacia su esposo y su propio aislamiento como extranjera en tierra mexicana.
La cama imperial fue también el escenario de muchas noches de insomnio. Cartas y diarios relatan que Carlota sufría de pesadillas constantes y con frecuencia se levantaba llorando, atormentada por el temor al fracaso, los rumores de traición e incluso el temor de estar siendo envenenada. Poco a poco su salud mental comenzó a deteriorarse. En 1866 Carlota partió a Europa en busca de apoyo político para salvar el imperio, pero fue recibida con frialdad por los monarcas europeos. El rechazo de Napoleón III, el Papa y su propia familia agravó su estado mental. Carlota perdió la razón en Roma y nunca volvió a ver a Maximiliano ni a la cama en la que compartieron sus últimos años juntos.
Maximiliano, por su lado, quedó solo en Chapultepec. Dicen que pasó sus últimas noches en esa cama leyendo cartas de Carlota, recordando su voz y aferrándose a la esperanza de que su esposa regresara con refuerzos desde Europa. Pero ese auxilio jamás llegó. En 1867, luego de ser capturado por las fuerzas republicanas de Benito Juárez, Maximiliano fue ejecutado en el Cerro de las Campanas, en Querétaro.
A la caída del imperio muchos muebles del castillo se confiscaron o vendieron, pero la cama se preservó. Algunos dicen que porque parecía maldita; otros, que porque era demasiado valiosa para destruirla. Lo cierto es que quedó como reliquia muda de un imperio imposible. A lo largo de los años la cama fue restaurada y hoy se exhibe en el Museo Nacional de Historia, dentro del Castillo de Chapultepec, en una sala que reconstruye los aposentos imperiales.
Los visitantes se detienen frente a ella no solo por su belleza, sino porque irradia un aura melancólica, como si aún guardara el perfume de Carlota o los suspiros de Maximiliano. La cama es más que un objeto: es un símbolo de la ilusión monárquica, del choque entre dos mundos, del drama personal de dos jóvenes nobles atrapados en un país convulso que no comprendieron del todo.
Quizá por eso algunos custodios afirman que, por las noches, en el silencio del castillo, se escuchan suspiros en esa habitación. Es como si Carlota siguiera esperando el regreso de su amado Maximiliano o como si el espíritu del emperador aún contemplara el amanecer sobre la ciudad que quiso gobernar con un sueño que terminó en tragedia.