CIUDADES MODERNAS: MONSTRUOS DE CAOS

Ignacio Anaya
Columnas
CIUDADES MODERNAS

¿Cuántas veces no hemos escuchado o leído la siguiente frase al tratar de describir a la Ciudad de México?: una ciudad que nunca descansa. Claro que solo aplica para la capital del país, mientras que muchas ciudades buscan ser aquella urbe que no duerme.

La famosa canción New York, New York (1977) de Frank Sinatra dice: “Quiero despertar en una ciudad que nunca duerme y descubrir que soy el número uno, el primero de la lista”.

Estas ciudades del eterno despertar son los ideales de la modernidad. Se establecieron como logros del proceso, incluso utópicas; hicieron a un lado el espacio medieval para convertirse en lugares de un continuo movimiento y caos.

Dicha aceleración sin fin y continua es objeto de promoción, un sentido de adrenalina que solo es posible de experimentar en el entorno urbano: “Descubra la ciudad que nunca duerme. Sus fastuosos casinos. Sus elegantes shows, montados a todo lujo con estrellas famosas”, así la extinta aerolínea Hughes Airwest promocionaba a Las Vegas en un periódico mexicano en 1973.

La gran urbanización de las ciudades a partir de la era moderna hizo de estos espacios verdaderos seres vivientes, monstruos con el control de la vida de sus poblaciones.

El novelista francés Honoré de Balzac emitía los sentimientos sobre estos seres de estructuras en su obra Historia de los trece (1834-35), al describir la ciudad de París como “triste o divertida, fea o preciosa, vida o muerte; para sus devotos es un ser vivo; cada individuo, cada trocito de una casa, es un lóbulo del tejido celular de esa gran cortesana; cabeza, corazón y comportamiento impredecible son perfectamente familiares para ellos”. A pesar de ser una frase de hace más de siglo y medio, resuena de manera interesante al momento en que uno piensa en cualquier metrópolis.

Calidad de vida

Hoy, sin embargo, esa percepción de la ciudad que nunca duerme ha empezado a cambiar. Ya no se ven con los mismos ojos la expansión ilimitada y el bullicio constante. Ahora se mira con preocupación el ritmo insostenible que puede llevar al agotamiento no solo de los recursos naturales sino también de la salud mental de sus habitantes.

Mucha gente les pide a las ciudades contemporáneas que buscan redefinir su éxito no por la magnitud de su expansión o su constante actividad, sino por la calidad de vida que ofrecen. Una ciudad que balancea trabajo y ocio, crecimiento y sostenibilidad, es la que ahora se perfila como ideal. Se valora más el espacio verde, la movilidad sostenible, la inclusión social y la conectividad humana frente a la mera grandiosidad y el movimiento caótico. En lugar de monstruos devoradores de energía y recursos, las metrópolis aspiran a ser organismos vivos en armonía con sus habitantes y su entorno.

A medida que la sociedad sigue moviéndose y creciendo, las ciudades enfrentan el desafío de redefinir su crecimiento o buscar otras alternativas. La expansión y el ruido constante ya no son los únicos indicadores de progreso: aunque suene extraño así parecía concebirse

Se pide a voces y gritos que las urbes del ahora encuentren un equilibrio entre desarrollo y sostenibilidad, entre actividad y tranquilidad. La pregunta es si lograrán adaptarse a estas nuevas expectativas sin perder su esencia vibrante. ¿Encontrarán un camino que respete tanto el medio ambiente como las necesidades de sus ciudadanos? Este es el dilema pragmático al que se enfrentan nuestras metrópolis en la actualidad.