Los libros siempre son ventanas a otros universos.
Una vez más Círculo Editorial Azteca y la editorial Porrúa lo volvieron a hacer. Lo digo con orgullo, ya que traen a la mesa nuevos (viejos) libros que son básicos en cualquier biblioteca personal y que sobre todo ayudan a comprender parte del comportamiento que nos caracteriza como sociedad.
Esta vez aumentaron su Colección Clásicos Porrúa con doce diferentes títulos que yo llamaría fundamentales. Es una selección de varios autores, como Collins con La piedra lunar, con prólogo de Alejandro Brofft, que habla del regalo de una joya sagrada de India y cómo se pierde; ahí es donde comienza este vertiginoso thriller lleno de vuelcos inesperados.
Tzun Tzu, con El arte de la guerra y prólogo de Ricardo Salinas Pliego. Este pequeño libro es un manual para el empresario moderno y aunque se escribió hace mucho tiene validez para la vida cotidiana.
Santa, de Federico Gamboa con un texto de Veka Duncan; la novela habla de una mujer de la calle que intenta liberarse de los prejuicios sociales de la época, pues ya se imaginarán de qué trabaja.
También está El hombre invisible, de H. G. Wells, el mismo que escribió La guerra de los mundos; el escrito viene acompañado por Sergio Sepúlveda. El personaje es Griffin, quien intenta hacerse invisible. Un imperdible de la ciencia ficción.
Continúa con El lobo estepario, de Hermann Hesse; y al parecer es el libro preferido de Juan Pablo de Leo, pues hace una breve pero emotiva descripción de Harry Haller, quien desaparece misteriosamente de una casa de huéspedes, pero deja unos manuscritos íntimos y profundos.
Es el turno de Pedrito Sola, quien escogió un clásico de la literatura, El sabueso de los Baskerville. Escrito por Arthur Conan Doyle, relata las peripecias de su famoso personaje, Sherlock Holmes, y su compañero, el doctor Watson, relatando los asesinatos del fantasma de un perro negro.
Jorge Zarza escogió Así hablaba Zaratustra, donde el filósofo alemán Federico Nietzsche hace una reflexión de los valores de la naturaleza humana, atacando sobre todo la moral, que él dice que solo estorba. ¿Será?
Nuestro gran cronista deportivo Christian Martinoli escogió El gran Gatsby; esta es sin duda la más célebre novela que escribiera Francis Scott Fitzgerald. Se desarrolla en los alocados veinte, donde se muestra a Jay Gatsby casi desprotegido y al final de la novela… No se la voy a spoilear, mejor léanla y no sean huevones.
Diario, de Ana Frank es una desgarradora historia escrita por una niña judía que vivió junto con sus padres escondida de la ocupación nazi en plena Segunda Guerra Mundial. Viridiana Hernández la leyó y quedó impactada con los relatos de Ana, cuando esta tenía 13 años.
Carolina Rocha nos presenta Ana Karenina, del controvertido León Tolstói. La historia se desarrolla en la Rusia del Siglo XIX, donde la protagonista, una mujer de la burguesía, se enamora perdidamente buscando la felicidad. Un ladrillo, por su extensión de 556 páginas, pero no por su contenido. Vale la pena leerla.
Momentos estelares de la humanidad, del escritor austriaco Stefan Zweig, quien escribió en 1927 esta obra, nos habla de algunos de los sucesos importantes de esta época y es la bella Kristal Silva quien nos introduce en este fascinante relato.
Manuel López San Martín se decidió por una de las obras más emblemáticas de Maquiavelo: El príncipe, donde cuestiona el autor la manera de ejercer el poder y aunque se asocia a esta obra con la célebre frase “El fin justifica los medios”. Esta frase nunca aparece en las páginas de este breve pero sustancial libro. En realidad, la controvertida frase se le atribuye a Napoleón Bonaparte.
El peso de la cultura
La directora de Círculo Editorial Azteca, Sofía López, me hizo el favor de regalarme la colección de doce nuevos títulos. Son grandes obras que valen su peso en oro. El único problema es que al subirlas a mi modesta biblioteca me trepé en una pequeña escalera y al tratar de acomodarlas en el librero, se vino abajo, tirándome encima todos los libros. Desafortunadamente, acabaron parte de ellos primero sobre mi cabeza y, luego, en el piso, lo que me causó un chichón del tamaño de una mandarina. Cuando uno de mis hijos me preguntó qué había pasado tuve que contestarle que era el peso de la cultura sobre la cabeza. Gajes del oficio. Lo bueno es que no acabé como el doctor Juvenal Urbino en la novela de Gabriel García Márquez, El amor en los tiempos del cólera.