DE BOSQUES A RECURSOS: CÓMO LA HUMANIDAD HA REDEFINIDO LA NATURALEZA

“El ser humano se encargó de modificar el entorno natural según su conveniencia”.

Ignacio Anaya
Columnas
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¿De qué manera influye la naturaleza en nuestras vidas diarias? Esta pregunta puede dar lugar a una amplia variedad de respuestas, dependiendo de numerosos factores como el espacio, el tiempo, la ideología, la religión, la clase social, entre otros.

Un granjero en el campo probablemente contestaría de manera distinta a un citadino. La percepción de lo natural y cómo la sociedad entiende y se relaciona con este concepto ha evolucionado a lo largo de la historia. Incluso podríamos cuestionar cuánto de nuestro entorno es realmente “natural” y no una creación humana.

Las hermosas jacarandas que cubren la Ciudad de México en primavera son el resultado de un proyecto de los años treinta que buscaba embellecer la capital, es decir, es un espectáculo artificialmente construido.

En algunos periodos la naturaleza fue vista con cierta adversidad, percibiéndose como un terreno peligroso, mientras que en otros los espacios naturales se contemplaban con nostalgia y placer. Esta última perspectiva fue una característica fundamental del movimiento cultural del romanticismo en el siglo XIX. Desde las primeras épicas, los ecosistemas han ocupado un lugar importante en la trama: “En el bosque habita el feroz Huwawa. Tú y yo lo mataremos y suprimiremos de la tierra la maldad. Iremos a cortar los cedros” (Poema de Gilgamesh).

Sin embargo, con la Revolución Industrial se instauró un pensamiento que persiste hasta la fecha, con sus respectivas variantes, en la mente de políticos y personas de poder: el control sobre la naturaleza. Las ideas de progreso, junto con los avances tecnológicos de la industrialización, hicieron creer a la humanidad que era capaz de dominar el medio ambiente y sacarle provecho, ya que no dependía exclusivamente de él.

Resistencia

El ser humano se encargó de modificar el entorno natural según su conveniencia, sin importar las consecuencias para el resto del ecosistema. Esto tuvo graves impactos al talar bosques para diversos fines. En su libro Seeing Like a State (1998), el antropólogo James Scott observa que este fenómeno también se refleja en el lenguaje: “De hecho, el discurso utilitario reemplazó el término naturaleza por el de recursos naturales, enfocándose en aquellos aspectos de ella que puedan ser apropiados para el uso humano”.

Scott sostiene que bajo la lógica de la llamada ingeniería forestal (ciencia que busca administrar los bosques para su uso, adoptada en gran parte del mundo) se terminó por concebir al bosque como un recurso del que “cualquier tipo de interferencia contra la producción era implacablemente eliminada”.

El pensamiento de Scott, que aún prevalece, permite observar, por ejemplo, cómo el proyecto del Tren Maya, a pesar de los daños a la fauna y flora, sigue sosteniéndose en una visión túnel que solo se enfoca en la utilidad de la selva para el proyecto. Es la continuidad de esa mentalidad del hombre que domina a la naturaleza para explotarla.

Resulta evidente que la concepción de lo “natural” ha cambiado a lo largo del tiempo, oscilando entre una comprensión respetuosa y una visión temerosa. Sin embargo, tampoco se debe generalizar el pasado preindustrial a estas dos visiones en cuanto a la manera de entender a la naturaleza. Ahora prevalece una mentalidad más controladora y utilitaria. Esta actitud ha tenido consecuencias significativas en el medio ambiente. Actualmente varios sectores de la sociedad se preguntan en qué dirección se está buscando una nueva relación con el entorno natural y cómo garantizar un futuro sostenible y justo para todos los habitantes del planeta. Este cuestionamiento se ha convertido en un foco de resistencia contra la razón dominante de larga duración.