CONSIDERACIONES Y EFECTOS DE LA REUNIÓN DEL G7

“Cooperar con la paz mundial”.

Javier Oliva Posada
Columnas
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En promedio cada año y desde 1977 Japón, Estados Unidos, Canadá, Francia, Alemania, Italia y Reino Unido se reúnen para tratar asuntos de interés multilateral y de coyuntura. También, como ya es habitual, asisten las dos principales representaciones de la Unión Europea: la Presidencia del Consejo Europeo y la Presidencia de la Comisión Europea. En esta ocasión asistieron Charles Michel (Bélgica) y Ursula Von der Leyen (Alemania).

Durante los días 19 y 20 de este mes, en la trágica y fundamental ciudad de Hiroshima, discurrieron reuniones del más alto nivel porque además de los integrantes formales del denominado Grupo de los 7 (G7) hubo reuniones con los líderes de países que en el esquema de un replanteamiento a partir de la prolongación de la invasión de Rusia a Ucrania adquieren relevancia estratégica.

Desde luego, asistió el presidente ucraniano Volodímir Zelenzki, quién se entrevistó con el pleno de los integrantes del G7. También asistieron como invitados formales representantes de Brasil (atención: fue el único gobierno invitado de Latinoamérica), Australia, Corea del Sur e Indonesia, entre otros.

Es evidente que detrás de cada una de esas invitaciones hay una explícita intención de mensajes a los gobiernos de la República Popular de China y de Rusia, en tanto se trata de países con pertenencia geopolítica preponderante, pero también con un claro papel de contrapeso diplomático e incluso militar.

De acuerdo con la información difundida por los organizadores del evento, se trataron de forma específica los siguientes temas: la evolución de la invasión de Rusia a Ucrania; la no proliferación de armas nucleares y de destrucción masiva; promoción de políticas para el desarrollo sustentable; prevención del cambio climático; seguridad alimentaria y sanitaria; consideraciones para la incorporación de socios regionales.

Vías

Este último punto sin duda refleja la ponderación, por una parte, de la extensión cronológica de la invasión rusa, que implica a su vez los muy peligrosos riesgos de una ampliación física de la guerra en tanto la polarización diplomática y comercial avanza. De hecho, en la reunión de Hiroshima se dieron a conocer nuevas medidas de presión y control sobre las exportaciones rusas, sobre todo en lo que hace al comercio de armas y de partes industriales que de manera eventual pudieran tener aplicación militar.

Y, por otra parte, la necesidad de evaluar con seriedad la incorporación de potencias georregionales (India, Brasil, Australia) a un foro organizado en torno de una agenda de prevalencia militar y de asuntos de defensa también indica que lo más probable es que este siglo XXI, con el paso del tiempo, pueda ser calificado o denominado como el “siglo de la invasión y guerra rusa”.

De nueva cuenta, para nuestro país se trata de un escenario presente y de largo aliento, con claros desafíos pero también —y disculpe usted la paradoja, aun en medio de la violencia que padecen millones de inocentes en Ucrania— de opciones para un reposicionamiento primero y proyección posterior, de los intereses nacionales para cooperar con la paz mundial y la estabilidad regional. Esta opción se manifiesta de forma ostensible en las caravanas migratorias procedentes sobre todo de Centroamérica y que buscan llegar a Estados Unidos atravesando la geografía de México.

Ahí hay vías de articulación multidimensional y regionales a la mano.