El esquema fenicio (The Phoenician Scheme) confirma una paradoja del cine de Wes Anderson: cuanto más perfecto y estilizado es su mundo, más se cuela en él la oscuridad que intenta contener.
Esta vez el artificio sirve a una sátira sobre el poder económico y la moral ausente, en torno de un magnate europeo de los cincuenta que decide heredar su imperio a su hija, una novicia que ha pasado su vida en un convento. El punto de partida es provocador, pero Anderson opta por el gag visual y el ritmo de fábula antes que por el desarrollo profundo del conflicto. Hay crítica, pero no hay catarsis.
Benicio del Toro encarna con gesto impenetrable a Zsa-Zsa Korda, un industrial encantador y temible, más idea que persona. Luego de sobrevivir a un accidente aéreo —uno más en su historial— intenta reconectar con Liesl(Mia Threapleton), su hija exiliada en la religión.
Entre rumores de asesinatos, negocios turbios y enemigos ocultos, padre e hija se embarcan en un viaje que nunca llega a convertirse del todo en una historia de redención ni en un duelo ético. El corazón emocional del filme se diluye entre episodios dispersos y una estructura más arbitraria que lo habitual, que confía demasiado en el encanto del estilo y la simpatía de los rostros conocidos.
Visualmente, es puro Anderson: composiciones simétricas, decorados teatrales, paleta de colores cuidada, vestuario exuberante. Pero a diferencia de Asteroid City o The French Dispatch, aquí hay una narrativa más sencilla y menos ambiciosa. El territorio ficticio de Greater Independent Phoenicia funciona como escenario para cameos rápidos (Tom Hanks, Scarlett Johansson, Jeffrey Wright) y chistes que oscilan entre lo absurdo y lo macabro. El humor se torna más oscuro y la muerte aparece como chiste recurrente, sin alterar la ligereza general. Hay escenas memorables, pero no siempre se articulan en una progresión significativa.
Superficial
Michael Cera se roba cada escena como Bjorn, un entomólogo noruego con acento ridículamente marcado. Es uno de los pocos personajes que combina ternura, rareza y propósito.
Threapleton, por su lado, logra dar densidad a una figura que podría haber sido solo moralizante, mostrando una tensión interna entre su fe y su resentimiento.
Ambos dan matices a un elenco que por momentos parece desfilar, más que habitar la historia, aportando algo de alma a un relato que por momentos se limita a ser una elegante sucesión de postales.
Sin ser menor, El esquema fenicio sí se siente más superficial que otras obras del director. Tiene humor, estilo y momentos memorables, pero le falta un centro emocional que sostenga el conjunto. Es Wes Anderson en plena forma visual, pero con una historia que no termina de cuajar. Un entretenimiento inteligente, sí, aunque sin el eco duradero de sus filmes más logrados. Es cine juguetón, pero menos preciso en su puntería; una fábula elegante que se desvanece apenas termina el viaje.