Hubo un tiempo en nuestro país en que los políticos de distintos partidos podían debatir acaloradamente, irritarse y cuestionarse, pero al final llegaban a acuerdos y convivían de manera civilizada. Ese tiempo parece haber terminado ya.
El pasado 27 de agosto vimos un verdadero enfrentamiento pugilístico en la tribuna de la antigua sede senatorial de Xicoténcatl, donde concluía una sesión de la Comisión Permanente del Congreso de la Unión. El senador Alejandro Moreno, presidente del PRI, subió a la tribuna enfurecido porque el presidente de la Mesa Directiva del Senado, el morenista Gerardo Fernández Noroña, no le dio la palabra para ofrecer una posición. Durante unos momentos cantaron, uno junto al otro, las estrofas del Himno Nacional, pero al terminar empezaron a increparse con gestos amenazantes hasta que comenzaron a empujarse con violencia.
Los dos declaran que el otro inició las agresiones físicas. Luego de revisar los videos, pienso que Moreno dio los primeros jalones y empujones y Fernández Noroña buscó más bien escapar. Después el presidente del PRI golpeó a un camarógrafo del Senado, Emiliano González, quien trató de interponerse entre Alito y Noroña. Cuando el camarógrafo estaba en el suelo, Moreno lo pateó.
Los detalles al final son simple anécdota. El tema fundamental es que el diálogo entre el oficialismo y la oposición se ha vuelto imposible. Fernández Noroña había dirigido en la sesión fuertes críticas a la senadora Lilly Téllez, del PAN, y Moreno pidió tiempo para ofrecer una respuesta. Noroña consideró que podía negarle la palabra y el priista pensó que tenía derecho a reclamarla por la fuerza.
Intolerancia
Quizás este tipo de enfrentamientos se vuelvan más comunes en el futuro. Morena y sus partidos aliados, el Verde y el PT, han manipulado la legislación mexicana para darse mayorías de más de dos terceras partes en las dos cámaras del Congreso con un voto de solo 54% en las urnas. Esta sobrerrepresentación la han usado para aprobar enmiendas constitucionales propuestas por Andrés Manuel López Obrador —como la reforma judicial— que abiertamente rompen los equilibrios de una sociedad democrática.
El gobierno quiere regresar a los tiempos del partido único, cuando el presidente controlaba todas las funciones del Estado, incluso la judicial, pero esto acorrala a una oposición a la que ni siquiera se le da la palabra para protestar.
Los verdaderos estadistas han señalado siempre que un gobierno democrático debe trabajar con las oposiciones. Un triunfo electoral no da derecho al gobierno de borrar a las minorías políticas. En México este respeto por las oposiciones se ha perdido. Por eso la más alta tribuna legislativa se ha convertido en un ring de pugilato o, más bien, de lucha libre.
Los videos del enfrentamiento físico entre Moreno y Fernández Noroña le dan la vuelta al mundo. Subrayan el hecho de que México no es “el país más democrático sobre la faz de la Tierra”, como ha afirmado la presidenta Claudia Sheinbaum. Vemos más bien un México en el que las diferencias en el Congreso se dirimen a golpes porque no se pueden resolver con argumentos.
Aun hay tiempo para detener este deterioro. México no debe hundirse en un pozo de intolerancia. Para evitarlo, es importante que la mayoría pueda gobernar, pero que la minoría mantenga los derechos que le corresponden. Se aproxima una reforma electoral impulsada también por López Obrador. No debe saldarse con un sistema que entregue todo el poder a un solo partido.