ERÓTICOS NO ERÓTICOS (2)

Mónica Soto Icaza
Columnas
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El erotismo, tan comprendido por el instinto y tan incomprendido por el intelecto. Tan apreciado por el cuerpo y tan provocador de los miedos más profundos.

A pesar de ello lo encontramos en las grandes obras de la literatura universal, siempre presente en aquellas narraciones que conectan con la parte más humana del lector y las convierte en clásicas.

Dos de esos libros eróticos —no eróticos— para mí son:

El viejo y el mar

Esta es la historia épica de la batalla de un hombre contra la naturaleza que es al mismo tiempo una lucha contra sí mismo y contra una sociedad que pretende imponer la idea de que la vejez es un lugar estéril.

Leí esta novela o cuento largo de adolescente y desde entonces he vuelto a él en varias ocasiones. Santiago, su protagonista, me atrevo a decir que es uno de los personajes más entrañables de la literatura porque Ernest Hemingway provoca que el lector experimente una cercanía total con sus angustias y miedos, pero también con sus motivaciones para no dejarse vencer por los tiburones en la lucha por un pez vela de más de cinco metros. Como lectores lo acompañamos en pensamientos, diálogos consigo mismo y sensaciones, en los que por fuerza también encontramos esas palabras que todos nos hemos dicho en múltiples ocasiones.

Escrita en La Habana preFidel, está inspirada en los pescadores cubanos y en 1953 le dio a Hemingway el Premio Pulitzer de ficción (el siguiente año, 1954, el autor obtuvo el Nobel de Literatura). Es el libro que siempre recomiendo cuando alguien a quien no le gusta leer me pregunta con qué puede empezar.

Cada vez que releo las páginas de este gran libro vuelvo a ser aquella adolescente de 14 años que fue cautivada por las pasiones que el autor plasmó en una historia breve en páginas, pero eterna en legado, y vuelvo a sentir la emoción de ser esta lectora que sufrió con sus personajes como si ese dolor sucediera en mi propia piel.

Ensayo sobre la ceguera

Leí este monumental libro en un viaje en tren entre Varsovia y Budapest. Bajé a mi teléfono el libro (antes de utilizar la maravillosa aplicación de Kindle para Android) con la intención de entretenerme entre salas de espera y paradas y lo siguiente que recuerdo es a mí leyendo sentada sobre la maleta, como poseída por las palabras de José Saramago.

El Premio Nobel de Literatura 1998 tenía la virtud de descolocar al lector, de sumergirlo en situaciones límite por medio de metáforas que rozan la ciencia ficción, como en esta novela, que comienza con la mujer de un médico narrando cómo poco a poco una ceguera blanca se va apoderando de la población de la ciudad, luego del país y después del mundo, y cuenta, por medio de personajes anónimos, el caos que empieza a reinar entre quienes pretenden aislar a los enfermos y los infectados.

Es una historia que te mantiene los nervios de punta y las reflexiones a mil por hora, porque nos hace darnos cuenta de la ceguera que sufrimos respecto del otro, lo que provoca violencia irracional y un egoísmo mórbido entre personas, olvidando que, a final de cuentas, todos somos seres humanos.

Por las emociones desbocadas, las sensaciones que provoca en la angustia y en la piel y el recuerdo del sonido de las vías del tren acompasado con el de las palabras de Saramago en mi cabeza al devorarme sus páginas, Ensayo sobre la ceguera es uno de mis libros favoritos.

Estos dos títulos nos recuerdan lo importante que es vivir con conciencia del cuerpo, sus reacciones, texturas, movimientos y memoria sensorial.