Hace un lustro la humanidad se vistió con un nuevo uniforme de batalla: el cubrebocas. De ser un accesorio exótico, se convirtió en una capa protectora vital, un icono mundial contra el miedo invisible. La pandemia, que se prolongó por más de tres años, hizo que este utilísimo trozo de tela o fibra pasara de ser una novedad médica a un elemento de la canasta básica.
Lo usábamos en el Metro, en la oficina y, sí, en México incluso en playas y balnearios. Cumplía su función, lo desechábamos, y con ello creamos un nuevo e insidioso enemigo: la montaña de basura Covid.
La ONU calculó que la venta de protecciones faciales se disparó en más de 200% solo en el primer año. La Sociedad Estadunidense de Química (ACS) estimó el vertiginoso ritmo de consumo: 129 mil millones de cubrebocas al mes en todo el planeta. Un tsunami de desechos donde el principal componente, el polipropileno, se burlaba de la naturaleza, sabiéndose virtualmente indestructible.
Mientras la emergencia sanitaria se disolvía, el problema ambiental permanecía, mudo y creciente.
El cubrebocas más común, el quirúrgico, es un pequeño Frankenstein químico: dos capas de polipropileno, un filtro de poliéster y adhesivos. Una estructura que si no se interviene quedará como un monumento a la necedad humana durante siglos.
Hasta ahora disolverlo implicaba métodos químicos que, como advierte la investigadora Rocío Garrido Adame, de la Escuela Superior de la Industria Textil (ESIT) del Instituto Politécnico Nacional (IPN), “contamina todavía más a nuestro planeta”.
El dilema era kafkiano: proteger la salud o proteger el planeta.
Pero la ciencia a menudo trabaja con un arma ancestral: la paciencia y la observación. En los laboratorios del IPN las investigadoras Elvira Cruz Osorio y Rocío Garrido Adame, junto a su equipo (con la alumna Sacbeh Naomy Romero Estrella en la trinchera), han decidido empuñar “el cuchillo de piedra” de la biotecnología.
Su apuesta es simple en su concepto y revolucionaria en su potencial: utilizar una bacteria, la Pseudomona putida, para que haga el trabajo sucio.
Giro
El equipo se ha propuesto un objetivo doblemente ambicioso: encontrar un proceso de degradación que sea completamente no contaminante.
La Pseudomona putida, un organismo que suena a ciencia ficción, pero es pura y dura biología, está siendo entrenada para convertirse en el héroe anónimo de esta historia. La meta es que esta bacteria, paso a paso, capa a capa, descomponga las fibras de polipropileno y poliéster que dan forma a los cubrebocas que aún se utilizan masivamente en clínicas y hospitales.
Pero como en toda buena trama hay un giro: el éxito de esta investigación no se limitará a las mascarillas. Si el equipo del IPN (que incluye además a la maestra Estela Flores Gómez, la ingeniera Ana María Lara Morales y el docente José Omar Valle Beltrán) logra que la bacteria venza al polipropileno, abrirá la puerta para degradar todo el arsenal de un solo uso que inunda los hospitales: cofias, batas y guantes.
Como adelanta la maestra Cruz Osorio: “El objetivo es la degradación de los cubrebocas, pero en sí es la degradación de todos los uniformes quirúrgicos”.
Este esfuerzo, que tiene un precedente exitoso en un proyecto previo para degradar pantimedias médicas, busca cumplir con la premisa de innovar mediante la creación de un procedimiento o invento útil a la sociedad. Cuando logren la patente, el resultado estará disponible para el sector salud, ofreciendo una solución ecológica definitiva al fantasma de polipropileno que nos dejó la pandemia.
Así, la naturaleza, a través de una humilde bacteria y el ingenio humano, podría reclamar lo que es suyo, demostrando que para los desafíos modernos, a veces, la herramienta más poderosa es la más antigua: un simple (pero poderoso) cuchillo de biotecnología.
El fantasma plástico de la pandemia
(cifras del desastre global)

