La abrumadora elección de Bernardo Arévalo en la presidencia y de Karin Herrera en la fórmula de la vicepresidencia trae calma y buenos augurios para una Guatemala que transitaba en la incertidumbre política y en la polarización.
Y vaya que es de celebrarse después de una primera vuelta con notorios tonos de confrontación, donde privó incluso la intimidación y la amenaza a los órganos electorales, como el Tribunal Supremo Electoral, que a pesar de lo adverso pudo organizar una elección en segunda vuelta y la repetición de comicios en cinco municipios con total transparencia y calma en la sociedad guatemalteca.
La lección es que no hay régimen incambiable ni perpetuo por capricho; la voluntad democrática que prevaleció para llevar a la presidencia a Arévalo consignó su rechazo a un régimen de tintes autoritarios que se dedicó por semanas a la persecución e intimidación, al grado de allanar las oficinas del Movimiento Semilla, soporte político del hoy candidato triunfador, quien entonces había quedado en segundo lugar para la primera vuelta electoral.
Arévalo cuenta con un bagaje de honor a la democracia muy sólido. Es hijo del expresidente José Arévalo, quien de 1945 a 1951 tuvo un mandato que se recuerda por ser el impulsor de medidas revolucionarias que acotaban el avance tiránico militar en dicho país. Esta victoria del heredero de tal tradición se da a un año de gran revuelta en la política: diversas élites empresariales y políticas tomaron una participación activa para propiciar la continuidad en el control del poder. Así, la exclusión para la contienda de la líder indígena Thelma Cabrera, junto con otros dos connotados guatemaltecos, era la señal inequívoca de que se defendería con uñas y dientes el estatus quo autoritario.
Ese tope de acero conformado entre los intereses de militares, políticos e incluso miembros de mafias criminales sucumben ante la bandera de anticorrupción que enarboló Arévalo, al grado de generar un apego que se reflejó en las urnas para ser electo con un poco más de 60% de las preferencias del electorado.
Movimiento Semilla
La victoria se hace más plausible y se legitima cuando se sabe que la plataforma política que dio sustento a ese triunfo nunca ha pertenecido al oficialismo, ni siquiera a través del sistema de financiamiento a los partidos políticos que, sobra decir, ha estado colmado de manejos convenientes para la operación de recursos destinados a agentes políticos favorables al régimen.
Movimiento Semilla nace como un soporte político de clase media e intelectuales. Un partido pequeño de corta creación, sin publicidad ni estructuras de operación, que supo mantener la ruta de su oferta donde estaba la gran causa del descontento causado por el régimen de Alejandro Giammattei.
El Movimiento Semilla siempre estableció cómo la gran corrupción no solo había deteriorado la calidad de vida del guatemalteco, sino que también había llegado a cimbrar desde sus cimientos a las instituciones que soportaban la democracia y la gobernabilidad. Un mensaje simple con un candidato limpio y arrojado a la causa; fórmula perfecta para un contexto tan enrarecido.
Pero Movimiento Semilla se pudo encumbrar sin hacer gran ruido y ahí también es donde radica en gran medida su enorme éxito. El segundo lugar conseguido en la primera vuelta electoral nadie lo vio venir; el oficialismo encabezado por Sandra Torres jamás pensó que se pudiese conseguir un logro tan lustroso con tan pocos recursos; por lo mismo, hasta tal momento no fueron blanco de su ataque.
Para el momento en el que iniciaron la embestida rumbo a la segunda vuelta, Movimiento Semilla y Arévalo ya eran un tren embalado en acero. La embestida de diversos grupos de fundamentalistas religiosos e ideológicos arreció después de que el movimiento adoptó como propios los postulados de la agenda 2030 de las Naciones Unidas. No hubo merma en el gusto del electorado y la preferencia crecía a razón de 6% quincenal. El ataque legal por igual fue infructuoso para el momento de su implementación, se falló en el intento de extinción legal del partido y del encarcelamiento de Arévalo.
La lección es sin duda que el mundo está cambiando. Que no existen encumbrados, tiranos ni populistas que no puedan ser derribados y que la auténtica justicia social se ejerce sólidamente desde las urnas.