En tertulias, conversaciones informales, charlas de café y hasta en mesas de discusión serias se repite la pregunta: ¿hasta dónde vale la pena seguir cediendo con Donald Trump?
Está muy claro que sus demandas nunca cesarán. Es también evidente que entregarle lo que pide en cada terreno (arancelario, migratorio, de seguridad) no lo apacigua y tal vez, por el contrario, intensifica sus exigencias. No existe una respuesta precisa, menos aún para México, país que junto con China se ha vuelto el blanco favorito de los ataques no solo de Trump, sino del trumpismo como movimiento. En esas condiciones, ¿cuándo y cómo establecer un límite?
Da la impresión de que no hay una receta precisa y aplicable a todos los casos, pero sí podemos empezar a entrever algunos patrones. Puesto que las demandas nunca cesarán, lo conveniente es dosificar la entrega de productos. Al estilo del son de la negra, a todo decir que sí pero no decir cuándo. No se trata de pretender engañar al gobierno norteamericano, sino de empezar concediendo lo mínimo e ir subiendo conforme crecen las demandas. Parece obvio, pero no lo es, pues la postura anterior era maximalista: entregar todo desde el principio para ver si se calmaba. No sucedió y en el único terreno donde se procedió así, que es el de seguridad, Trump se ha radicalizado exigiendo cabezas de narcopolíticos. ¿Y si se le volteara la ecuación? ¿Podemos dar más en migración, pero atenuando lo que podríamos ceder en seguridad?
Desgaste
No me parece apropiada la comparación que se hace de Trump con un acosador (bully) de callejón. El presidente de Estados Unidos está ocupado con múltiples crisis internacionales en todos los rincones del planeta, además de estar marcado por calendarios y cronogramas muy precisos en la vida electoral de su propio país. No puede mantenerse ocupado con México todo el tiempo y esos momentos de distracción no hemos sabido aprovecharlos para construir alianzas en Washington.
Si no se puede apaciguar a Trump, debimos haber tratado de tender puentes con el trumpismo. He insistido ya en que hacen falta mejores acercamientos con gente como J.D. Vance y, obviamente, Marco Rubio, pero también con sus capitanes legislativos.
México no tiene ninguna carta de acceso al trumpismo como sí lo tuvo en su primer periodo con el famoso yerno Jared Kushner. En todo caso, habría que buscar quedar bien con esa generación joven del trumpismo más que con su jefe, quien nunca estará satisfecho.
A Donald Trump le quedan días contados hasta 2028, pero esa nueva generación seguirá interactuando con México desde la política local en Washington.
Consecuentemente, para contestar la pregunta inicial, hay que ceder hasta donde eso permita ganar tiempo. Una y otra vez esta es una batalla de desgaste, porque en el enfrentamiento integral no tenemos la más mínima oportunidad. Pero puede ser que en términos de resistencia México sí pueda aguantar más allá de lo que durará Trump.
Dice gente como Jorge Castañeda que el problema es que México no le plantea una agenda propia a Trump. No sé si hay espacio y disposición estadunidense para eso, pero sí creo que hay espacio para tejer alianzas y ganar tiempo, no con Trump sino con el trumpismo.