HECHO POR ACUARELISTAS

“Hay extraordinarios artistas que emplean la acuarela como parte de su lenguaje artístico”.

Juan Carlos del Valle
Columnas
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Demetrio Llordén, mi maestro, fue un pintor muy completo, estudioso devoto de las técnicas y materiales del oficio pictórico. Y aunque nunca se denominó a sí mismo acuarelista sino pintor, trabajaba la acuarela espléndidamente. Se había formado con José Bardasano, aunque sus estudios de acuarela los hizo con el magnífico acuarelista Pastor Velázquez. También con Bardasano estudió Edgardo Coghlan quien es especialmente conocido por la extraordinaria calidad de sus acuarelas. José Manuel Schmill, otro de mis maestros que también trabajó la acuarela y fue alumno de Bardasano, contaba que el maestro increpaba a Coghlan respecto a sus acuarelas: “¡ya déjate de esos tecitos y ponte a pintar!”

Y es que la acuarela, al igual que el dibujo y en general toda la obra realizada sobre papel, era comúnmente considerada como una técnica inferior, por creerse más cercana al boceto que a una obra terminada. Y aunque el arte contemporáneo ha reivindicado el proceso artístico sobre el producto final, el mercado aún demerita la obra sobre papel y habitualmente se pagan precios comparativamente más altos por una obra sobre tela de un mismo artista.

En un afán reivindicativo, se conformaron en México pequeños museos especializados en acuarela; particularmente, el Museo Nacional de la Acuarela en la Ciudad de México, fundado en 1967 por Alfredo Guati Rojo –quien también fundó la Sociedad Mexicana de Acuarelistas– y el Museo de la Acuarela de Toluca que surgió en la década de los 90 por iniciativa estatal. No recuerdo que existan museos dedicados al pastel, el dibujo o la tinta. Sin embargo estos museos, destinados a coleccionar y exhibir acuarelas del pasado y del presente, no solo subsisten sino que en torno a ellos se han establecido dinámicas muy específicas y estructuradas; jerarquías, estrictas barreras de entrada, concursos nacionales e internacionales, exposiciones, premios, distinciones y publicaciones. Si bien tienen el mérito de haber conformado y mantenido un espacio abocado a preservar y difundir la técnica, el peso de su propio sistema los ha llevado a aislarse más y más. De este modo, este microcosmos acaba por responder exclusivamente a una lógica interna.

Así, el anacronismo de la acuarela trabajada y presentada de esa manera, ha abierto una brecha que parece insalvable respecto a la escena dominante del arte actual y sus dinámicas híper intelectualizadas, determinadas por los flujos del mercado y actualmente inmersas en discusiones sobre los alcances de la inteligencia artificial y la virtualidad. A mediados del siglo pasado el sistema artístico tendía a ser más pictórico, más homogéneo y más simple. A pesar de existir jerarquías, intereses y grupos de poder, los artistas pertenecían a un entorno más uniforme. Aunque entre Cuevas y Siqueiros, por ejemplo, existían sustanciales diferencias ideológicas y plásticas, llegaron a converger en foros de debate. En cambio, la distancia entre un acuarelista de uno de los grupos mencionados y un representante del sistema artístico dominante es tanta, que parecen pertenecer a mundos diferentes y difícilmente coincidirán en ninguna plataforma.

Hay desde luego decenas de extraordinarios artistas contemporáneos que emplean la acuarela como parte de su lenguaje artístico: Anselm Kiefer, David Hockney, Cecily Brown, Katharina Grosse o Marlene Dumas, por mencionar solo unos pocos ejemplos conocidos. Y es que el debate sobre la relevancia de los medios y las técnicas en la contemporaneidad siempre termina siendo irrelevante, pues cualquier técnica del presente, el pasado o el futuro, en manos de un verdadero artista, culminará en una obra de arte. En ese sentido, me pregunto si es realmente necesaria una iniciativa reivindicativa para la acuarela o para cualquier otro lenguaje humano.