INDEPENDENCIA Y LIBERTAD

Independencia
Columnas
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Cada septiembre levantamos la vista al mismo símbolo: independencia. Pero dos siglos después el hilo que de verdad cose el proyecto nacional no es la ruptura con otra civilización, sino la posibilidad cotidiana de vivir en libertad. ¿Somos hoy más libres? La respuesta no se mide solo en ceremonias, sino además en nuestra capacidad efectiva de elegir, disentir y construir vidas valiosas sin miedo ni tutelas.

La filosofía política distingue varias capas de libertad. Benjamin Constant separó la libertad de los antiguos —participar en lo público— de la de los modernos —contar con un ámbito inviolable de derechos individuales—. Isaiah Berlin habló de la libertad “negativa” (que no te impidan) y la “positiva” (poder ser y hacer). Amartya Sen y Martha Nussbaum propusieron medir la libertad como capacidades: ¿tenemos realmente los medios —educación, seguridad, justicia— para convertir nuestros planes en vida plena? Si miramos con estos lentes, la independencia no es un acto heroico sellado en 1810, sino una tarea civil diaria: ampliar capacidades y reducir miedos.

Aquí aparece un dato incómodo y útil: México es “parcialmente libre”, según Freedom House en su edición 2025, con 59/100 puntos (ligera baja frente a 2024). No es una condena, es una brújula: nos recuerda que hay libertades formales que no siempre se traducen en libertades reales para todos.

El segundo espejo es el Estado de Derecho. Para Luigi Ferrajoli derechos sin garantías son promesas retóricas. El World Justice Project ubica a México en 118 de 142 países (2024); y en el subíndice de ausencia de corrupción, todavía más abajo. Ese rezago no solo lastima la economía; coloniza la libertad: si las reglas se aplican de modo desigual o tardío, el ciudadano aprende que la ley no protege, negocia.

Un tercer termómetro es la libertad de expresión. La democracia necesita palabras que compitan sin miedo. En 2025, el Índice de Libertad de Prensa de RSF coloca a México en el lugar 124/180 y lo describe como el país más peligroso de la región para periodistas. De nuevo, el punto no es regañarnos en abstracto sino asumir que la conversación pública —condición de toda libertad— sigue pagando costos altos.

Dignidad

¿Cómo traducir esta reflexión en tareas? Tres pistas, sin estridencias. Primero, equiparar independencia con ciudadanía exigente. John Stuart Mill defendía el disenso como motor del progreso: más que unanimidades simbólicas necesitamos reglas que premien la crítica bien argumentada —y la protejan— en escuelas, medios y gobiernos. Segundo, pasar de derechos “en papel” a derechos con dientes: presupuestos predecibles para justicia local, métricas de desempeño y transparencia radical. El dato del WJP no mejora con consignas, sino con expedientes que se resuelven, víctimas atendidas y funcionarios evaluados. Tercero, ampliar capacidades: libertad no es solo no ser obstaculizado, es poder elegir. Aquí caben la alfabetización digital, la seguridad en el transporte, la salud mental comunitaria, la beca que evita que un talento abandone la escuela. Sin esas bases, la independencia queda en metáfora.

Erich Fromm describió el miedo a la libertad: la tentación de entregar autonomía a cambio de certezas. La madurez democrática se mide en la tolerancia a la complejidad; la libertad duele un poco: exige deliberación, pluralidad, paciencia con el procedimiento. Y, a cambio, nos da algo más valioso que la obediencia: dignidad.

Octavio Paz vio en nosotros una tensión entre fiesta y soledad. Tal vez por eso septiembre nos recuerda que lo patriótico no es solo el grito, sino el susurro cotidiano de la ley que protege al distinto; no solo los héroes, sino el burócrata honesto que tramita sin mordida, la maestra que abre mundo, el periodista que incomoda, la vecina que se organiza. Ahí empieza la independencia: en ese ecosistema de libertades prácticas donde cada quien puede vivir sin miedo y con proyecto.

¿Hemos avanzado o retrocedido? La respuesta es mixta: hay conquistas —derechos sociales más amplios, inclusión, una sociedad más vocal— y hay pendientes severos —seguridad, corrupción, desigualdad de acceso a la justicia—. Los índices internacionales son alertas. La fiesta, entonces, nos compromete: menos nostalgia, más instituciones; menos himnos, más garantías; menos dependencia de hombres fuertes, más ciudadanos fuertes.

Independencia hoy significa esto: que nadie decida por nosotros… y que el Estado garantice que eso sea posible.

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