El asesinato de Charlie Kirk, joven comentarista conservador, fundador de Turning Point USA y quien quiso volver el debate público “great again”, sacudió a Estados Unidos y a buena parte del mundo. La reacción inmediata fue la esperable: condena generalizada, discursos contra la violencia, llamados a la unidad. Pero lo que este hecho revela va más allá de un crimen político en una nación crispada; habla de una época en que la política se ha convertido en un campo minado y el pensamiento crítico en una especie en peligro de extinción.
El asesinato de Kirk no es un hecho aislado. La política en EU vive un clima de polarización extrema: recordemos el intento de asesinato contra Donald Trump en 2024, el asesinato de una legisladora en Minnesota este año o ataques a funcionarios estatales. Lo que estamos viendo es el costo de un ecosistema político y social que ha normalizado la polarización como modo de vida.
Sin embargo, esto no ocurre solo por la radicalización política. Lo que se erosiona no es la capacidad de opinar —eso abunda, incluso en exceso—, sino la posibilidad de matizar, de sostener una idea incómoda o de examinar un tema desde ángulos contradictorios sin que eso implique un linchamiento inmediato.
Las redes sociales no están diseñadas para la reflexión pausada, sino para premiar la reacción inmediata. El algoritmo ha provocado que millones vivan convencidos de que pueden sostener conversaciones profundas sobre geopolítica, migración o identidad, cuando en realidad únicamente recitan eslóganes.
El resultado es una esfera pública donde todo debe ser blanco o negro. La capacidad de reconocer zonas grises, de convivir con contradicciones, se desvanece. Y sin esa capacidad se vuelve imposible fomentar un pensamiento verdaderamente crítico, que por definición exige incomodidad, paciencia y disposición a la ambigüedad.
Amenaza
En estos tiempos de aguda polarización recuperar la habilidad de sostener dos ideas opuestas al mismo tiempo no es un lujo intelectual: es la condición mínima para que la democracia sobreviva. Si las sociedades renuncian a esa complejidad, lo que queda es un mundo reducido a trincheras y odios irreconciliables.
Lo que todo esto representa es una amenaza existencial para las democracias. Muchos creen que la polarización actual es la consecuencia inevitable de un sistema que no cumplió sus promesas de igualdad, justicia o prosperidad. Pero confunden la causa con la consecuencia: la democracia no se erosiona porque haya demasiada, sino porque se practica de manera débil, superficial, reducida a elecciones y eslóganes.
Frente a la tentación de dinamitar las instituciones o rendirse al autoritarismo la única respuesta posible no es menos democracia, sino más y mejor: más participación, más deliberación y más espacios de encuentro.
El asesinato de Charlie Kirk es, en este sentido, más que un crimen político: es un recordatorio de lo que ocurre cuando la intolerancia se convierte en norma y la palabra cede su lugar a la bala. Estados Unidos es hoy el espejo que muestra a dónde conduce renunciar al pensamiento crítico. Y es el reflejo, desafortunadamente, de muchas sociedades hoy en día.