LAS DROGAS NO CAUSARON EL HOLOCAUSTO

“Simplifica en exceso una realidad mucho más compleja”.

Ignacio Anaya
Columnas
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Muchos habrán oído en la radio el spot gubernamental contra las drogas que dice lo siguiente: “Los nazis crearon las metanfetaminas para transformar a sus soldados en seres incansables y deshumanizados. Bajo sus efectos, el ejército nazi desencadenó la peor guerra de la historia y creó los campos de exterminio”. A pesar del propósito final del anuncio, la declaración respecto de la relación entre uno de los eventos más catastróficos del siglo XX y el uso de sustancias representa un mal ejemplo de revisionismo histórico que tiende a desinformar tanto de la Segunda Guerra Mundial como sobre las drogas.

Esta perspectiva o intento de establecer un vínculo entre ambos fenómenos proviene de los estudios realizados por el periodista y escritor alemán Norman Ohler en su libro El gran delirio: Hitler, drogas y el III Reich (2016). El autor plantea dos tesis principales en su texto: la primera es que el éxito de la Blitzkrieg o guerra relámpago de los nazis en Francia y Polonia se debió principalmente al uso de metanfetaminas. La segunda aborda el consumo de drogas por Hitler y los efectos de estas en las decisiones del dictador, aunque sin justificar su actuar.

Ambas propuestas se asemejan a lo que menciona el anuncio gubernamental, lo cual no resulta sorprendente, considerando la popularidad de Ohler y sus argumentos.

Desde diversos medios, como periódicos y revistas digitales, se ha sugerido la necesidad de reescribir la historiografía del nazismo y la Segunda Guerra Mundial a partir de lo “descubierto” en la obra. Se enfatizan las comillas porque es algo abordado en trabajos anteriores.

Factores clave

¿Dónde radica la problemática? En su libro, Ohler presenta datos y hechos verídicos, ya que es cierto que el ejército nazi utilizó metanfetamina bajo el nombre de Pervitin en la Wehrmacht (fuerzas armadas alemanas). Asimismo, es probable que el uso de dicha droga haya desempeñado un papel relevante en la Blitzkrieg, especialmente en el aspecto de rapidez que la caracterizó. No obstante, es en la interpretación de las fuentes donde el argumento de Ohler se debilita. El escritor intenta atribuir el éxito de una campaña militar a un solo factor, pero no toma en cuenta toda la logística y planificación detrás de ella. El rendimiento de los soldados no era lo único necesario.

Si bien las metanfetaminas se utilizaron por las fuerzas armadas alemanas durante la Segunda Guerra Mundial, implicar que las sustancias fueron el principal motor de la barbarie nazi simplifica en exceso una realidad mucho más compleja.

Por otro lado, está la cuestión de Hitler: aunque Ohler niega que las decisiones del dictador alemán hayan sido causadas por el consumo de drogas, la lectura se presta a atribuirlo de otra manera. Así, por ejemplo, lo interpreta el anuncio: “Bajo sus efectos, el ejército nazi inicia la peor guerra de la historia y crea los campos de exterminio”. Este argumento resulta bastante simplista, puesto que olvida el contexto de la época y los elementos políticos, sociales, económicos e ideológicos que llevaron al Holocausto.

La ideología del nazismo, impulsada por el racismo y el expansionismo territorial, desempeñó un papel crucial en la creación de los campos de exterminio y en la guerra en sí. Reducir estos eventos a una mera consecuencia del uso de drogas ignora factores clave en la historia y puede generar una comprensión errónea tanto del conflicto como de las implicaciones morales y políticas de la época.