La muerte es el principio de la inmortalidad.
Maximilian Robespierre
Cuando Arthur C. Clarke escribió su libro 2001: Una odisea espacial afirmó que era la novela que más trabajo le había costado desarrollar. Él había escrito en 1948 el cuento El centinela y de ahí partió la idea, al lado de Stanley Kubrick, sobre el guion de la película.
Pero se preguntó: ¿cómo iba a escribir algo que ya estaba hecho en imágenes? Una paradoja dentro de la paradoja.
El fotoperiodista de nota roja Enrique Metinides realizó infinidad de fotogramas tan poderosos, que es difícil de superar con las letras.
Uno de ellos es la fotografía titulada Primer plano de mujer rubia arrollada e impactada contra poste.
Adela Legarreta Rivas era una periodista que ese día tendría un encuentro especial. Sería la presentación de su libro. Ella había nacido en Guadalajara, Jalisco, el 10 de agosto de 1917, y moriría el 29 de abril de 1979. Trabajaba como empleada bancaria, pero también como periodista y escritora. En la colonia Roma Norte de la Ciudad de México, cruzando la avenida Chapultepec por la calle de Monterrey, fue embestida y cayó muerta.
Estaba muy bien arreglada. El pelo salido de algún salón de belleza de la zona. Tacones altos. Maquillada como para la boda de alguno de sus hijos, que no tuvo. Las uñas pintadas de rojo carmesí. Fue arrollada por un Datsun blanco que la embistió y la mandó a volar por los aires, quedando apresada por dos postes de luz.
En la imagen se puede observar en el fondo el pequeño auto compacto, que segundos antes chocó contra otro automóvil, lanzándolo contra la incauta mujer, quien acabó en medio de los dos postes; un paramédico tratando de cubrirla con una sábana; ella en primer plano con los ojos bien abiertos, pero sin vida, como mirando a Dios.
Esta poderosa fotografía ha sido fuente de inspiración para muchos artistas. Ha sido referencia en libros como Flor de un árbol y Las muertes posibles (2021). Es también objeto de varias pinturas y fue recreada para varias películas, como Desaparecer por completo, de 2022, interpretada por la actriz Ivette Aguilera, del director Luis Javier Henaine.
La muerte llegó temprano
Adela salió muy de mañana de su departamento por Tlatelolco. Desayunó ligero. Tenía una cita a las dos con su peinadora, así que llegó muy temprano a la oficina donde trabajaba. El banco estaba desierto, apenas eran las siete en punto, así que pudo trabajar rápidamente en sus pendientes. Para las nueve, hora en que abría el establecimiento, ya había terminado todas sus labores. Vio a un par de clientes hasta las doce. Le pidió permiso a su jefe de salir una hora antes del trabajo, pues a las cinco tenía la presentación de su libro, titulado La muerte no espera. Su superior, que la conocía desde mucho tiempo atrás, sabía de la eficiencia y capacidad de Adela, por lo que le permitió salir temprano. Recogió su abrigo y salió por la puerta trasera. Su estilista estaba a unas cuantas cuadras de su lugar de trabajo. Llegó. Laura, su amiga y peinadora, ya la estaba esperando; le arregló las uñas de color rojo fuego, la peinó y maquilló. Todo el proceso duró una hora y media. Adela quiso pagarle, pero su amiga, en un gesto de solidaridad, no le cobró nada. Adela dijo:
—Bueno, está bien. Pero espero que vengas a la presentación de mi libro. Diciendo esto le regaló un ejemplar y añadió:
—Espero verte ahí. En cuanto llegues te lo autografío. Y así aseguro que vayas.
Las dos rieron al mismo tiempo. Salió del salón de belleza muy ufana; iba contenta y ligera; tenía tiempo suficiente para comer algo y estar lista para su gran presentación. Atravesó un par de calles hasta llegar a la esquina de la avenida Chapultepec y la calle de Monterrey. El semáforo estaba en verde, así que esperó a que la señal se pusiera en rojo. Pensó que este es el color de la muerte. Avanzó con paso firme; de su lado izquierdo escuchó el chirrido de unas llantas y el impacto de dos automóviles. Uno de ellos, un Datsun blanco modelo 1977, la arrolló de forma estrepitosa. La lanzó unos seis metros por los aires y fue a posarse entre dos postes de luz. Ella no sintió nada, no pudo ni cerrar los ojos, como mirando al cielo. El impacto fue tan grande y rápido, que quedó muerta al instante. Los paramédicos llegaron en cuestión de minutos, uno de ellos tomó el abrigo de Adela y le cubrió el rostro; un segundo antes un fotógrafo de nota roja tomó una placa que la inmortalizó.
Laura llegó a la presentación, pero su amiga nunca apareció.