En mi columna anterior hablé sobre el potencial de la Inteligencia Artificial (IA) como apoyo emocional. Sin embargo, su potencial disruptivo se expande implacablemente y la creación musical no es la excepción. Esto plantea un dilema inquietante sobre el impacto deshumanizador que puede generar en los creadores y músicos.
“Quizás en el futuro no tengamos ritmos regulares”, afirmó Hans Zimmer en 2022 sobre su trabajo en Dune. Pero en 2025 no solo conservamos nuestros ritmos sino que enfrentamos incluso una realidad aún más compleja: la necesidad de discernir entre una banda de carne y hueso y una generada completamente por algoritmos.
Un ejemplo escalofriante de esta nueva era es The Velvet Sundown. Con menos de un mes de existencia, ya acumula más de 400 mil escuchas mensuales en Spotify. ¿Lo impactante? Se presume que es una creación 100% de la IA, desatando una ola de opiniones divididas. Aunque la verdadera preocupación recae en el sacrificio silencioso que esto implica.
Para mí la música, en su esencia más pura, es la expresión del alma humana. Es una conexión tan intensa entre el artista y el público: cuando la melodía nace de una emoción genuina resuena en el corazón de quien la escucha. En un concierto no solo escuchamos: sentimos. Sentimos la energía colectiva, la imperfección de una voz en vivo y la pasión desbordante que emana de cada nota.
Conexión
Imaginar un futuro donde esta experiencia se desvanece, donde los aplausos son para algoritmos y hologramas, es profundamente desolador. ¿Acaso las futuras generaciones se resignarán a escuchar versiones impecables pero sin alma? ¿Se perderá la magia de una improvisación y de la interacción espontánea que convierte un concierto en una experiencia mística?
Estamos al borde de un abismo donde la autenticidad musical corre el riesgo de ser reemplazada por una simulación. La música generada por IA, por muy sofisticada que pueda resultar, nunca podrá replicar a una interpretación que nace de la vulnerabilidad, la pasión y la creatividad humana.
Privar a las futuras generaciones de esta conexión genuina, de la oportunidad de sentir la música en su estado más puro y orgánico sería robarles una de las experiencias más hedonísticas y trascendentales.
El actor británico Peter Ustinov solía decir que se imaginaba al infierno teniendo la puntualidad italiana, el humor alemán y el vino inglés. Yo agregaría que la banda sonora del inframundo sería creada con IA.