EL OTOÑO Y LA MÚSICA

Gustav Mahler
Columnas
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Debo confesar que el otoño es mi estación predilecta del año. Las noches con sus lunas son bellísimas e inspiradoras. Y pues buena parte de los grandes músicos de la historia parecen haberse dejado contagiar por esta temporada mágica. Repasemos algunas de las obras más conocidas que tuvieron como semilla de su creación, justamente, al otoño.

Es natural pensar, en primer lugar, en Las cuatro estaciones de Vivaldi (1678-1741). Compuesta en 1724, acompañó a la partitura un texto —poco conocido— que intentaba describir lo que la música, por sí misma, ya hacía. El tercer movimiento de su otoño es mi preferido.

Una auténtica obra maestra es el oratorio Las estaciones (1801) de Franz Joseph Haydn (1732-1809). Es una pieza monumental (al igual que su oratorio gemelo, La creación), que incluye orquesta completa, tres solistas y coro. La temporada de caza se hace presente en una de sus partes, pero sugiero escuchar la obra completa.

Hay una composición para piano solo bellísima de Tchaikovsky (1840-1893) escrita en 1870 que, en realidad, se denomina Octubre, pero está inserta en Las estaciones (aquí me doy la licencia de compartirles que yo la interpreto en el piano y me provoca una enorme inspiración). Su melodía y sentimiento no parecen tener fin. En un apunte poético nos decía el autor: “Otoño, nuestro pobre jardín se viene abajo, sus hojas amarillas parecen volar con el viento”.

Una mujer con talento de familia fue Fanny Mendelssohn (1805-1847); sí, hermana mayor de Felix. Pianista y compositora del romanticismo, escribió —entre otras obras– El año, donde de manera descriptiva se refiere, con las notas del piano, a cada uno de los doce meses. Al llegar octubre nos encontramos con una pieza diametralmente distinta a la de Tchaikovsky. Aquí más bien nos sugiere una escena de caza en el bosque al llamado del corno mientras los venados corren por su vida. Tiene un final feliz.

Mahler

Otro hallazgo fue la obertura para concierto de En otoño, del compositor noruego Edward Grieg (1843-1907), para piano a cuatro manos. La obra original la compuso para orquesta a los 22 años. Fue un verdadero fracaso, pero ya en el reintento, al estrenarse en una competencia, le concedieron el primer lugar. Al estilo nórdico, encontramos temas propios del nacionalismo escandinavo, de los interminables bosques y lagos y, concretamente, de un otoño en el que el día dura poco, mas no así el sentimiento.

De mayor profundidad, tanto por su confección como por los difíciles momentos que pasaba la vida del compositor, La canción de la tierra, de Gustav Mahler (1860-1911), fue escrita en 1907, año fatídico para nuestro personaje, pues falleció su hija mayor (María); fue despedido de la dirección orquestal de la Ópera de Viena; y, para acabarla de amolar, se le diagnosticó una enfermedad cardiaca que terminaría por llevárselo de este mundo. Podrá imaginar el lector que no estamos precisamente ante una música llena de alegría. De hecho, él la veía como la enigmática décima sinfonía a la que ningún compositor llegaría. Pero no. Se trata de una obra dividida en seis movimientos —o canciones—. En el segundo de ellos, El solitario en otoño, nos describe con mucho pesar y en voz de una contralto lo que queda después de “una copa llena de vino en el momento adecuado, (que) vale más que todos los reinos de la tierra” (la base de su primer movimiento). No solo les recomiendo que escuchen con atención esta composición, sino que lean sobre la vida y obra de Mahler. Un Titán, en toda la extensión de la palabra.

Y hubo más compositores que abordaron el otoño: Massenet, Glazunov, Debussy, Richard Strauss, Sibelius, Piazolla... Pero el espacio ya no me da.

¡Viva la música!

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