Leí El loco de Dios en el fin del mundo, el nuevo libro del popular novelista español Javier Cercas. Me gustó, sobre todo, por ser un libro que pone el acento en el papel geopolítico del papado.
No me interesan en absoluto las disquisiciones de Cercas sobre la fe de su madre o su propio ateísmo. Así como Fernando Savater saturó a los lectores en sus últimos libros de sus desagradables aventuras sexuales con jovencitos, Cercas dedica demasiado espacio a su madre. Una generación de intelectuales que encuentra más importante hablar de sí mismos durante centenares de páginas que del calentamiento global, la Inteligencia Artificial (IA) o cualquiera de los grandes desafíos de nuestro tiempo tan convulso. En otro tiempo, para eso existían las autobiografías y libros de memorias, no sé por qué ahora se mezclan ese tipo de detalles con el análisis de otros temas.
El tema del papado da para mucho y es trascendental en la cultura occidental, sea cual sea la perspectiva que se adopte. Eso es lo valioso de la obra. Cercas demuestra y recoge numerosos testimonios para exhibir cómo un viaje a Mongolia es, ante todo, un mensaje a China, ese espacio tradicionalmente cerrado al catolicismo. En particular, un mensaje de diálogo por parte de Occidente hacia la dictadura totalitaria más poderosa de la historia y la superpotencia que podría imponerse como la rectora del orden mundial en el siglo XXI.
Cercas comete algunas imprecisiones en el texto, pues refiriéndose al encuentro entre Henry Kissinger y Zhou Enlai habla de “los dos mandatarios”, cuando Kissinger solo era asesor de Seguridad Nacional del gobierno estadunidense y, posteriormente, secretario de Estado. Asombra que nadie en la editorial se tomara la molestia de hacer esa corrección, pero fuera de esos detalles el libro se disfruta como un gran reportaje.
Conmovedor
Las conversaciones y discusiones de Cercas con miembros del círculo cercano al Papa sobre la fe, los cambios sociales y culturales en Occidente, así como los aspectos anticuados del clero resultan por demás fascinantes. Su exploración de la trayectoria y pensamiento del Papa Francisco es desprejuiciada, lúcida y profunda. No hace concesiones a los mitos del Papa como un ser humano dulce y eternamente benévolo, sino que lo retrata en sus momentos de ira y descontrol emocional, así como en sus declaraciones públicas más desafortunadas.
De igual manera, reconoce el empeño sincero del Pontífice por enfrentar, no siempre con éxito, los vicios del clericalismo y algunas prácticas siniestras arraigadas en la Iglesia.
En el libro, sea o no la intención de Cercas, uno descubre los aspectos políticos más interesantes de la institución papal. También resulta conmovedor el retrato de las dudas y trabajos evangelizadores de los misioneros en comunidades remotas, en contraste con las comodidades y lujos evidentes de algunos integrantes de la alta jerarquía eclesiástica.
Como buen español, Cercas es un poco chovinista y se empeña en hablar con las autoridades del Vaticano sobre algo tan insignificante como las grillas de los obispos y cardenales gachupines. No obstante, si usted es un lector neófito en estos temas, encontrará muy atractivo esta primera tentativa de familiarización con la institución papal. Y si usted es un conocedor del asunto, le fascinará la interpretación geopolítica que propone Cercas de los gestos, actitudes y pronunciamientos del Papa.
Al final, un gran libro para iluminar la coyuntura internacional de nuestros días.