EL PLANETA FANTASMA

Planeta fantasma
Columnas
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La vida es lo que te pasa mientras estás ocupado haciendo otros planes.

John Lennon

Quizá no lo parezca, pero debo confesarles que soy una persona bastante optimista en lo general. No obstante, por razones hasta ahora inexplicables, siempre termino escribiendo en este espacio sobre eventos que podrían causar el fin de la especie humana tal como la conocemos: cambio climático, Inteligencia Artificial (IA), la profundización de la estupidez colectiva… todos temas que auguran nuestra extinción.

Para no perder la costumbre, hoy quiero proponerles otro escenario apocalíptico: la extinción humana por voluntad propia.

Si ustedes tienen una memoria prodigiosa recordarán que hace aproximadamente un año publiqué en este espacio un texto titulado Parchar por la patria (Vértigo #1221), donde hablaba del desplome global en las tasas de natalidad y del surgimiento de grupos pronatalistas que buscan desesperadamente repoblar el planeta. En aquel momento cité cifras del World Population Prospects de la ONU, que señalan al año 2084 como el punto de inflexión: el momento cuando la población mundial alcanzaría su máximo histórico y empezaría a descender.

El problema es que este conflicto es aún peor de lo que previmos. De acuerdo con un análisis que realizó el académico de la Universidad de Pennsylvania, Jesús Fernández-Villaverde (citado en The Atlantic), las estimaciones poblacionales de la ONU han sido demasiado optimistas.

Pero contrastando los últimos datos de diversos países con las predicciones de la ONU Fernández-Villaverde advierte que la población mundial no solo se va a contraer, sino que lo hará antes de lo previsto y en condiciones mucho más severas de lo que imaginábamos. La fecha fatídica que propone para el inicio de la contracción de la población mundial: 2055, o incluso antes.

El optimismo de la ONU responde a una simple variable: la fertilidad ha visto “rebotes” espontáneos en distintos momentos de la historia, y probablemente vuelva a suceder. Esto ocurrió en Australia, Francia, Italia y Suecia a principios de este siglo, por nombrar algunos ejemplos.

Ineludible

¿Pero realmente podemos confiar que será igual en esta ocasión? Los números no son esperanzadores. En todos los países mencionados anteriormente la tasa de natalidad ha vuelto a colapsarse a niveles históricamente bajos. A escala global, en más de la mitad de los países del mundo (incluyendo a México) la tasa de fertilidad es menor a 2.1 hijos por mujer. O sea, una tasa inferior a lo necesario para que la sociedad pueda reemplazarse por la simple reproducción biológica. En 63 países la población ya llegó a su pico máximo, incluyendo a potencias como Rusia, Alemania y China, que perdió a millones de habitantes en 2024 y fue superado por India como la nación más poblada.

Hace un par de semanas, en otro texto apocalíptico (La herencia de la banalidad, Vértigo #1265) les comenté sobre los “cuellos de botella” que condicionan la supervivencia de especies tras un cataclismo natural; cuellos de botella que aplican también para la herencia de culturas, idiomas, religiones y poblaciones enteras.

Esos mismos “cuellos de botella”, decía el periodista Ross Douthat, se manifiestan también en las sociedades humanas borrando culturas, costumbres, idiomas, religiones y poblaciones completas en periodos de crisis o de cambios vertiginosos.

Pues quizás el más peligroso “cuello de botella” al que nos enfrentamos sea precisamente nuestra decisión completamente racional y voluntaria de no crear nuevos humanos. Porque finalmente no es que la humanidad no pueda reproducirse… es que ha dejado de querer hacerlo.

Ahora bien, nunca abogaré por la multiplicación descontrolada de la humanidad como ocurrió en el siglo pasado. Pero entiendo que una caída así de precipitada en las tasas de natalidad (ceteris paribus) significará un futuro mucho más despoblado, envejecido y estancado económicamente.

¿Hay algo que podamos hacer? Las respuestas son muchas y complejas. Pero una cosa es ineludible: mientras nos preocupábamos por dejarles un mejor mundo a nuestros hijos se nos olvidó un pequeño detalle: ¡crear a esa nueva generación!

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