Hasta hace pocos meses una palabra sonaba con la fuerza de un mantra económico: nearshoring. El término, que describe la relocalización de las cadenas de producción a países cercanos al mercado de consumo final, se convirtió en el gran estandarte de la narrativa de crecimiento para México.
Y no era para menos. Impulsada por las tensiones geopolíticas entre Estados Unidos y China, esta ola de inversión representaba, sin exagerar, la oportunidad de desarrollo más importante para el país en lo que va del siglo.
Pero las oportunidades históricas no se capitalizan solo con discursos; requieren un diagnóstico honesto de nuestras capacidades y una ejecución impecable. Además de que el entorno internacional ha sido de lo más adverso debido a las políticas proteccionistas de Estados Unidos.
Sin embargo, el potencial es tangible y las cifras lo confirman. Según datos de la Secretaría de Economía en el primer trimestre de 2025 la Inversión Extranjera Directa (IED) atraída por este fenómeno ha seguido una tendencia robusta, concentrándose principalmente en el sector manufacturero. Consultoras inmobiliarias como CBRE reportan que la demanda de espacios industriales, impulsada en 61% por capitales asiáticos en los últimos años, mantiene tasas de ocupación en niveles históricamente bajos en los principales mercados del norte y el Bajío. Estamos hablando de un flujo de capital que ya está aquí, construyendo parques industriales y generando empleos.
Sin embargo, este impulso inicial, por poderoso que sea, puede chocar contra una serie de “peros” estructurales que México debe resolver con urgencia. Son los deberes pendientes para que el tren no solo pase, sino que se detenga y nos subamos a él en primera clase.
Encrucijada
El primer gran reto es la energía. La nueva industria es electro-intensiva. De acuerdo con estimaciones del sector privado para satisfacer la demanda energética que el nearshoring generará en los próximos cinco años México necesita inversiones en generación y transmisión que podrían superar los 40 mil millones de dólares. La pregunta es obligada: ¿tiene el país la capacidad instalada para proveer la electricidad limpia, confiable y a costos competitivos que exigen estas nuevas operaciones? México tiene actualmente una de las capacidades de reserva de generación más ajustadas de las últimas décadas, un foco ámbar que los inversionistas no pasan por alto.
El segundo factor crítico es el agua. El World Economic Forum ha sido claro al advertir que la expansión económica del norte de México está amenazada por una severa escasez hídrica. Estamos ante un desafío monumental. Con más de 45% de los acuíferos en la región ya sobreexplotados, según la Conagua, la llegada de industrias como la de los semiconductores requerirá esfuerzos adicionales. No se trata de negar la inversión, sino de acelerar la implementación de políticas de gestión hídrica, tecnificación del campo para liberar recursos y tratamiento de aguas residuales.
En tercer lugar está el talento. La oportunidad del nearshoring no es solo para la maquila tradicional, exige capital humano sofisticado: ingenieros en robótica, técnicos en automatización y especialistas en logística con dominio del inglés. Un informe de ManpowerGroup advierte que México podría enfrentar un déficit de 77% en talento de tecnologías de la información para 2025. Aunque el país gradúa un número importante de ingenieros, el reto es alinear los planes de estudio universitarios con la vertiginosa velocidad de la demanda industrial.
Finalmente, el pilar que sostiene todo lo demás: el Estado de Derecho. Los grandes capitales son adversos al riesgo y a la incertidumbre. Informes como el Índice de Paz México del Institute for Economics and Peace o los análisis de riesgo político para 2025, si bien reconocen avances, siguen señalando debilidades en la certeza jurídica y la seguridad como factores que podrían inhibir inversiones de mayor calado.
El nearshoring no es un cheque en blanco. Avizoramos enfrente una ventana de oportunidad estrecha que estará abierta por un tiempo limitado. Aprovecharla demanda una visión de Estado que trascienda los ciclos políticos. Requiere planeación estratégica, inversión en infraestructura crítica y un compromiso real con la educación y la legalidad. Estamos ante una encrucijada: podemos ser meros espectadores de cómo pasa el tren o podemos convertirnos en la potencia manufacturera de Norteamérica. La decisión es nuestra y el tiempo corre.