BREVE TRATADO SOBRE LA SOLEDAD

“No hay otra manera más honesta de conocerse”.

Breve tratado sobre la soledad
Columnas
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La soledad aterra a la humanidad y en este siglo XXI, con la despiadada interconexión digital, estar solo se ha vuelto prácticamente un crimen.

Si esto es así, entonces hoy quiero declararme culpable frente a ustedes. ¡Soy culpable de amar a la soledad! Y en este texto vengo a defender a la soledad y abogar por un nuevo aprecio hacia ella. Porque más que una condición necesaria para la armonía sicológica de los seres humanos, en diversos momentos es incluso la opción obligada contra el tedio interminable del ruido, las charlas banales y la eterna sobreexposición física y digital.

Vivimos en tiempos que exigen inmediatez, respuestas, presencia, validación externa. Defender la soledad es, entonces, un acto de rebeldía. Pero para abrazarla primero hay que entender por qué nos cuesta tanto estar solos e incluso puede ser visto como algo negativo.

Una de estas razones es la presión social para estar siempre acompañados. Muchas veces he ido sola a museos, conciertos, cafés y a caminar por la ciudad; y sí, he sentido las miradas incómodas, escuchado las preguntas: “¿Estás esperando a alguien?” “¿Te dejaron plantada?” Caminar sola me ha enseñado que la sociedad aún no está lista para ver a una mujer joven sin asociarla con la falta, la espera o el abandono.

Hacer las paces

La segunda razón es que muchas personas temen enfrentarse a sí mismas. Vivimos en un mundo lleno de distracciones diseñadas para evitar que miremos hacia adentro.

En medio del ruido constante, el caos y el entretenimiento que funciona como anestesia emocional, estar solo no es para cobardes.

Al enfrentarte a esa habitación silenciosa surgen las preguntas más difíciles, se abren los precipicios más oscuros, pero también surgen las respuestas más reveladoras y las conclusiones más trascendentales.

Finalmente, cuando logras hacer las paces con la soledad, todo se transforma. Porque tus relaciones ya no responden a una necesidad urgente de evitar el silencio, ni tampoco de evitar mirar al profundo abismo directo a los ojos y que te mire de vuelta.

¿Estás listo para enfrentarte a la soledad y saber quién eres cuando nadie te está viendo?

No te culpo si le temes al silencio; yo también lo hice y a veces aún lo hago. Porque estar a solas con tu mente puede ser ruidoso, desafiante y hasta doloroso, pero también puede ser muy revelador.

Y me atrevo a decirlo: no hay otra manera más honesta de conocerse que mirarse sin distracciones, en completa soledad.

Como dijo Alejandra Pizarnik: “Qué belleza guardan aquellos que no encuentran su lugar entre tanta gente; no es soledad, es un privilegio no encajar”.

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