LO QUE VI EN LOS OJOS DE VOLODÍMIR ZELENSKI

“El sonido de las sirenas antiaéreas desnuda un miedo que no conocías”.

Lucy Bravo
Columnas
VOLODÍMIR ZELENSKI

“La guerra da la posibilidad de diferenciar a los amigos de los enemigos. Y ustedes son amigos. La única plataforma que veo es la política. No hablamos del campo de batalla sino de la diplomacia”.

El reloj marca las 13:01 horas. Se abre la doble puerta blindada al fondo del salón y entra Volodímir Zelenski. El presidente de Ucrania porta el uniforme de siempre: pantalones y camisa de manga corta en color verde oliva con escudos militares.

Con un apretón de manos y una sonrisa ligera nos saluda a cada uno de los nueve periodistas de América Latina que estamos instalados alrededor de la mesa.

Mientras toma asiento, Zelenski rompe el hielo con un inesperado: “Perdón por el retraso. Estaba en una reunión con mi jefe de Inteligencia, Kyrylo Budanov”.

Pero a nadie le importa el retraso. Cuando llevas meses de angustiantes gestiones, cuando has viajado diez mil 772 kilómetros (distancia que separa a México de Ucrania), pasado más de doce horas en avión, 16 horas en tren, días enteros de incertidumbre y cuatro revisiones de seguridad por personal militar que resguarda la oficina presidencial ubicada en el corazón de Kiev, unas cuantas horas de espera son lo de menos.

La zona gubernamental de la capital es quizás el lugar más seguro de todo Ucrania. Ahí no solo se encuentra el palacio presidencial donde Zelenski grabó aquel famoso video en el patio rodeado de sus colaboradores al inicio de la guerra mientras las tropas rusas avanzaban sobre Kiev, sino también el Parlamento y varios ministerios.

Llegar hasta el presidente de un país en guerra es todo menos sencillo. Y para lograrlo se requiere de algo más parecido a la suerte que a otra cosa. De hecho, hasta unas horas antes del encuentro nadie tenía la certeza de que la entrevista sucedería. Si la vida no está garantizada en una zona de conflicto, mucho menos un espacio en la agenda de uno de los hombres más relevantes del mundo.

Nada menos que 540 días (hasta el momento de la redacción de este texto) es el tiempo en el que Zelenski ha sido puesto a prueba por el destino desde aquella fatídica mañana del 24 de febrero de 2022 en que comenzó la invasión a gran escala de Rusia en Ucrania. Desde aquel instante en que el cómico hecho presidente cimentó su lugar en la historia cuando pronunció aquellas famosas palabras cuando sus aliados le ofrecían asilo político: “No necesito un paseo. Necesito municiones”.

Pero hoy Zelenski pide más que municiones. El presidente ucraniano quiere una cumbre con América Latina.

—Ucrania está lista para encontrarse con líderes para presentar los principios y dialogar con América Latina. No se trata solo de armas: podemos hablar de grano, de seguridad nuclear (…) La guerra da la posibilidad de diferenciar a los amigos de los enemigos. Y ustedes son amigos. La única plataforma que veo es la política. No hablamos del campo de batalla sino de la diplomacia. Nosotros tenemos que prepararnos para la cumbre de la paz. Estoy interesado en que esté presente la mayor cantidad posible de países.

Frente de batalla

Pero mucho antes de que pudiéramos escuchar este mensaje dirigido a los líderes de nuestros respectivos países, los nueve periodistas que estábamos frente a Zelenski viajamos al frente de batalla. Sus palabras caían en oídos que tan solo horas antes escucharon de primera mano el intercambio de artillería a 700 metros de la frontera con Rusia y su petición resonaba de manera distinta. Pero él usa su mejor arma: el micrófono.

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Es domingo. El termómetro marca los 30 grados. Las calles están llenas. El bullicio se apodera de los restaurantes, cafés y tiendas. Kiev es la burbuja que desde el primer momento en que llegas te obliga a preguntarse: ¿Y dónde está la guerra?

Si no fuera por la repentina alarma antiaérea, el toque de queda, las bolsas de arena que protegen los monumentos, los erizos checos a las orillas de las avenidas y los tanques rusos capturados al enemigo, que ahora se exhiben como trofeos de guerra en la plaza de la catedral de San Miguel —resabio de esa toma de la capital que nunca se dio—, hasta se olvidaría que estamos en un país en guerra.

Pero en Kharkiv, la segunda ciudad más importante de Ucrania, ocurre todo lo contrario. A 40 kilómetros de Rusia, el asedio es constante. El sonido de las sirenas antiaéreas que desde la primera vez que lo escuchas desnuda un miedo que no conocías, suena a todas horas. Llenan todo. No hay a dónde ir para dejar de escucharla.

En esa ciudad no se duerme. Ahí, a diferencia de Kiev, no existe un sofisticado sistema de defensa aéreo que logre interceptar los drones kamikaze de fabricación iraní. Tampoco los misiles hipersónicos que los rusos llaman Kinzhal (“daga” es la traducción). Daga hipersónica. Difícil no pensar en Dostoievski mientras revisas las alertas que envía frenéticamente la aplicación habilitada por el gobierno ucraniano para informar a la población en tiempo real sobre los ataques aéreos.

Kharkiv se ha convertido en un “cementerio de misiles”. Y no de manera metafórica. Visitamos el famoso depósito de municiones que creó el gobierno local como un esfuerzo para documentar posibles crímenes de guerra. Los restos de más de mil misiles, bombas de racimo —cuyo uso está prohibido por al menos 100 países— y cohetes soviéticos intrínsecamente poco precisos, hoy cubren la superficie de un estadio de futbol. La dimensión de la devastación es evidente.

Mientras recorremos el terreno y tocamos con nuestras propias manos las municiones reducidas a chatarra suenan incesantes las alarmas antiaéreas. No hay descanso.

—Muchas de las reservas de munición y el arsenal de Ucrania se fabricó en la Unión Soviética. ¿Cómo pueden identificar qué ejército es el responsable de cada uno de estos misiles?

Es la pregunta que hago al portavoz de la Fiscalía de la región de Kharkiv, Dmytro Chubenko.

—Si la munición proviene de Occidente, por ejemplo, es obvio que pertenece a Ucrania por los paquetes militares. Pero si no es evidente tomamos en cuenta detalles como desde dónde se disparó el misil y dónde aterrizó exactamente. Intentamos hacer el mejor cálculo con las evidencias que tenemos, porque no podemos hacer suposiciones.

Pero la respuesta no es tan sencilla porque a tan solo 70 kilómetros de ahí se encuentra el frente de batalla. En los últimos días, el ejército ruso ha intensificado la ofensiva en la frontera noreste de Ucrania, desplegando más de 100 mil hombres. Nuestra siguiente parada: las trincheras.

Las detonaciones rompen el silencio, pero para los soldados de esta posición de la primera línea de defensa ucraniana esa es la constante. Aunque sus rostros no lo demuestran, siempre están tensos.

Llegar a este punto es todo menos sencillo: salimos de Kharkiv a las seis de la mañana. Casco y chaleco antibalas es el equipo de protección que tenemos que usar en todo momento. El celular debe estar en modo avión para evitar cualquier señal de geolocalización. Atravesamos poblados rurales totalmente destruidos y bellísimos campos de girasoles que ya nadie puede cosechar porque todo está minado.

Pero a la trinchera solo se llega a pie. Caminando un kilómetro en fila india con un metro de distancia entre nosotros por las minas que rodean el lugar. Está prohibido filmar el horizonte, para no revelar ningún aspecto de la ubicación. La zona está repleta de francotiradores que ya habían cobrado la vida de tres soldados de su unidad.

Desgaste

Aun en medio de la guerra hay quienes encuentran la belleza. El sargento Ruslan Pijota, del batallón 113, tiene 52 años y como el resto de sus compañeros de unidad, tras la invasión a gran escala del 24 de febrero de 2022, se enlistó en el ejército. Ha pasado 14 meses en las trincheras y en momentos de calma en una zona caliente, le llega la inspiración.

—Tengo más de 200 dibujos. Así me imagino la victoria —nos dice mientras muestra un dibujo en el que se ve un soldado sentado de espaldas en la playa mirando hacia el horizonte del Mar Negro.

A su alrededor yacen sobre la arena su casco y sus botas. Nos explica que hay un dicho entre los soldados que dice que si uno de ellos se quita el casco, las botas y las medias entonces ya no hay ningún peligro.

A lo largo del último año la guerra pasó de ser una invasión desde múltiples frentes a un conflicto de desgaste concentrado en gran medida en el este y el sur de Ucrania. Como si se tratara de la Primera Guerra Mundial, la guerra de trincheras ha regresado a Europa.

Esta posición muestra las dificultades de la contraofensiva. Las fuerzas de Kiev luchan desde estas trincheras en campo abierto a menos de dos kilómetros del frente bajo el fuego constante de la artillería. El avance es lento. Pero los soldados que conocimos parecen tener todo el tiempo del mundo cuando se trata de defender su tierra.

Contraofensiva

Sobre esto y más le preguntamos a Zelenski. Lejos de las trincheras, del lodo y del sonido constante de la artillería, el presidente ucraniano contestó nuestras preguntas durante una hora.

La sala es amplia. El decorado es un garigoleo dorado sobre paredes blancas y celestes. En el techo cuatro cámaras de seguridad nos observan todo el tiempo. Detrás de Zelenski solo hay dos banderas ucranianas. Le pregunto:

—Existe una frase atribuida al expresidente mexicano Porfirio Díaz, que dice: “Pobre México, tan lejos de Dios y tan cerca de Estados Unidos”. Pretende ilustrar que los países invariablemente son prisioneros de su geografía. En ese sentido, ¿qué le diría a aquellos que señalan que las aspiraciones de Ucrania de unirse a la OTAN —cuestión que está en el epicentro de esta guerra— sería el equivalente a que Rusia colocara bases militares en territorio mexicano, con todo lo que eso implicaría?

—Me parece que nosotros tenemos que mirarlo un poco diversamente. Cuando dicen que la OTAN combate con Rusia en territorio ucraniano, esto lo dice Rusia. Porque no le cabe en la cabeza imaginarse cómo un ejército tan chico puede resistir a un ejército tan grande como el de ellos. Ucrania, geográficamente, se encuentra cerca de Rusia y de otros países y ahí también hay un ejemplo: donde está la OTAN no hay guerra.

Añade: “Aquí un ejemplo: la guerra colonizadora de Rusia en territorio ucraniano. Ustedes saben perfectamente qué quiere decir consecuencia del colonialismo históricamente. ¿Y quién es el que roba nuestro grano en territorio ocupado? ¿Es la OTAN? ¿Países de la OTAN? ¿Países del Báltico? ¿Los polacos? ¿Los norteamericanos? No. Rusia solamente”.

Pero se habla también, señala Zelenski, “de la seguridad de Rusia. Algunos piensan que Ucrania puede venir al territorio ruso, pero nosotros nunca hemos querido ninguna guerra. Toda nuestra industria se la llevaron de los territorios ocupados. Y esto es colonialismo. Por eso lo de la OTAN, discúlpenme, es una cuestión de nuestra seguridad y protección de nuestra gente y eso es todo”.

Su postura es serena. Se nota relajado y hasta espontáneo. Pero su voz contrasta con la ligera sonrisa que se dibuja sobre su rostro cuando nos mira fijamente. El timbre de su voz lo delata. Lejos está el tono alegre que lo llevó a la fama en sus días de histrión. Hoy sus palabras llevan consigo una angustia entrecortada.

—Algunos expertos militares afirman que la contraofensiva no va al ritmo esperado y que Ucrania tiene poco margen para hacer avances significativos…

Probablemente se avanza de una forma más lenta de lo que algunos quieren o imaginan. Pero una contraofensiva es una ofensiva del ejército, no una retirada. Y esto es un aspecto positivo importante. La iniciativa está en manos de Ucrania. Es muy difícil cuando tienes escasez de ciertas armas. Todo esto es muy difícil. Porque es una guerra. Y yo solo sé que es difícil para nosotros, pero es más difícil para los rusos. Hay cansancio en nuestros ojos; pero en sus ojos hay temor y son dos cosas diferentes.

Y sí, son dos cosas diferentes. En los ojos de Zelenski hay cansancio, pero temor no.